Por: Otto Gerardo Salazar Pérez
Docente Facultad Ciencias Humanas y de la Educación.
Grupo de Estudio Da Vinci
Reciente, en el marco de las
semanas previas al inicio de clase tuvimos un encuentro con la DGI de Unillanos
para hacer un ejercicio de autoayuda y catarsis sobre la
investigación en Unillanos. Se organizaron mesas y se nos invito a expresar
“cómo nos hacía sentir” los procesos de investigación en Unillanos y después,
en plenaria, socializar lo que cada mesa concluyó.
Algo que normalmente ocurre cada
año, o cada dos, para revisar y hacer los ajustes a los procesos de
investigación en Unillanos. Bueno, “hacer los ajustes”, pese a la reiteración
de las quejas, es un decir. Los problemas de investigación, sin
solución, son los mismos de hace varios años. Y en cada convocatoria de estas,
o por el estilo, se enlistan los mismos problemas. Así por encimita:
1.Alta burocratización del
sistema; 2. Sistema discriminatorio que subordina a los docentes ocasionales para
la formulación y ejecución de proyectos, perspectiva diferencial y discriminatoria;
3. Moral y entusiasmo de los profesores por el suelo, lo cual los lleva a
automarginarse de formular proyectos. 4.Sistemas engorrosos de legalización que
traen aparejadas la amenaza. Cetera, cetera.
Esta opinión, para nada, en la
expresión de desconocimiento al trabajo de varios docentes investigadores que
han logrado vencer el sistema y han formulado y ejecutado proyectos de
investigación. Bien por ellos. Pero no es el caso de la mayoría. Y se espera
que un sistema funcional se pruebe en el mayor número de casos.
Curioso que un sistema,
establecido para la ciencia, soportada en evidencia, empírica, dependa de un
factor como la moral y el entusiasmo que en este caso no prende.
Abstracciones del humanismo que se relacionan con lo “subjetivo” y los “afectos”,
para reconocer el rol fundamental de las “emociones” en la acción humana que pregona
H. Matura.
Hace 20 años la Universidad, de
la mano de Carlos Enrique Garzón y Alberto Baquero Nariño, en su PDI declaró
dos propósitos fundamentales: 1. Lograr la acreditación institucional en alta
calidad a 2020 y 2. Convertirse en una universidad investigadora, para superar
el modelo “profesionalizante” que predomina. Es decir, buscó el propósito alto
de convertir la Universidad en un alto centro de producción de conocimiento,
morigerado por la ideología de Ignacio Ellacuría que clamaba en la Universidad
del Salvador: “Otras universidades sabrán más que la nuestra; pero no habrá
ninguna que sepa más de nuestra realidad.” Ecos que venían del sur, de la
Universidad Nacional San Antonio Abad, de Cusco, Perú.
Nuestra alma mater logró el
primer fin, y creo que no tuvo en mente -nunca la ha tenido- de manera concreta
el segundo objetivo: andar y trillar caminos que consoliden la investigación en
toda la Orinoquía, en todas sus áreas de conocimiento. Aupada por el gobierno,
el afán ha estado puesto en ampliar la cobertura, crear programas académicos
sin respaldo de grupos docentes investigadores.
La redención a la región en la
transferencia tecnológica que hizo el IALL elevando el espejo de agua para la
producción de proteína económica y accesible mejoró la dieta de los habitantes
de la Orinoquia; el asesoramiento a los cultivos de soya, arroz, maíz y otros
que lideró el profesor Jorge Ortega, mediada la investigación, impulsó al
Departamento del Meta y la región a los primeros renglones de productividad agrícola
en el país. La investigación en reproducción bovina era activa y notable en el
mejoramiento de especies animales en una Universidad que, siendo más joven y
con menos recursos, fue vigorosa en la investigación y transferencia, cuando
algún día acarició el sueño de convertirse en el mayor centro de conocimiento
de la Orinoquia.
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