miércoles, 14 de mayo de 2008

PlayBad

Por: Otto Gerardo Salazar Pérez

Hugh Hefner, como lo sabemos todos los que fuimos adolescentes, si es que alguna vez vimos los datos de contraportada, es el dueño de la revista PlayBoy. Bueno, eso sólo fue el comienzo porque ahora, ya viejo y reducido, se ha diversificado en la industria del entretenimiento, lo cual incluye televisión, tiendas de souvenires y otras arandelas que produce la pornografía. Desde hace años produce su propio reality, “The Girls of the Playboy Mansión”, en el que muestra, la vida ostentosa de él mismo, que a duras penas puede pasar un bocado del postre, rodeado de tres nenas, que son sus novias, sus amantes o damas de compañía. Es decir, más o menos tres cortesanas, o tres putas, como diría Pacho, el chofer del colectivo que nos lleva a la empresa.

Tal vez como parte de la inversión de valores en la que descuellan los Estados Unidos, que aun lo malo lo saben vender como bueno, como las guerras, el abuso del poder y el consumo de droga ejecutivo en de Walt Stree, este reality lleva a la cúspide del espectáculo el oficio mas antiguo del mundo. Pero lo hace de una manera coja, pues, antes que presentar neumáticas mujeres atrapadas en los movimiento fijos y gimoteantes de la industria al lado de padrotes de excepcional dotación, las vemos con lencería carnavalesca al lado de un anciano que apenas puede abrir la boca para recibir de ellas un bocado de helado.

Las actividades que se filman y se reproducen, es el de la nenas preparando una fiesta, una excursión o los preparativos previos a una cirugía, para agrandarse los senos, inyectarse lo labios o corregirse la estética de la nariz. Esto, mientras él permanece en bata de satín, en una oficina sombría y austera. Seguramente la luz natural lastima sus ojos enrojecidos.

La base de la relación entre Hefner y sus tres cortesanas es bien explícita: la manutención de todos los caprichos de las nenas, la compra, la transacción, el costeo de su compañía. Nada más. Ellas se retribuyen en la fama y el puesto bien ganado ante numerosas competidoras que consideran honroso salir empelotas en PlayBoy. Igual, si lo que se consigue se hace a tan bajo costo y mínimo esfuerzo, ellas terminan convertidas en objetos de desecho después de liquidada la edición.

Sin embargo aún prestan un servicio postrero, servir de ejemplo para que nuevas generaciones de chicas que aspirarán a conquistar su sueño americano con el mínimo esfuerzo de sus culos y sus tetas. También es una lección para los hombres de cómo lograr la compañía femenina: cómprela, no la conquiste, no la gane. Liquide el asunto de acercarse a una mujer mediante la asepsia y precisión de una transacción comercial, como pescaron al alcalde de New York.

Lo cual implica que no habrá ningún sentimiento y afecto de por medio, sino la mutua utilización, degradante y vacía.

Hugh Hefner es una dinosaurio que ha sobrevivido a la década del cincuenta; sus modos de relación con las mujeres, frente a una sociedad moralista y reprimida, que la llevaba a satisfacer sus inclinaciones sexuales extra conyugalmente en prostíbulos, y consumir alcohol en establecimientos clandestinos, lo ha traído hasta inicios de este milenio para vendernos su mercancía, algo “polvorienta” y trasnochada, y fundamentalmente, tergiversadora de valores: ni siquiera es ya una saludable pornografía con la cual crecimos varias generaciones desde los sesenta.

Ahora es un espectáculo patético de unas jóvenes mercadeando con un anciano. Me recuerda la novela de Jhon Steinbeck, “La uvas de la Ira”, donde una mujer, compadecida de un pordiosero a quien ve fallecer de hambre, lo pone en su regazo, saca su seno y lo amamanta.

domingo, 4 de mayo de 2008

Mail Call: Televentas de la Muerte

Por: Otto Gerardo Salazar Pérez

Cada vez que un muchachito en una escuela estaudinense decide armarse hasta los dientes y disparar sobre sus compañeritos y su maestra desde una loma cercana a la escuela, por un motivo fútil, por aburrimiento o porque simplemente lo ignoran sus compañeritos, me viene a la mente la cultura de armas y de guerra que ostenta la democracia más sólida del planeta, una de las más avanzadas en tecnología y el régimen que globalmente imparte moral sobre derechos humanos.

Me aterran esas imágenes repetidas una y otra vez por las grandes cadenas televisivas, bastante morbosas pero gratificadas en “rating”, mostrando a un grupo de policías indecisos y agentes federales rodeando una escuela o universidad. A veces el desenlace es el victimario suicidado, después de agotar casi todo su arsenal, descargo con furia sobre las cabezas de sus prójimos como si fuera melones o patillas. Es casi como estar en medio de una película, pero esta vez de verdad.

Sin embargo, cada ocho días, los viernes, los norteamericanos se sientan con una cerveza en la mano, un pedazo de pizza a cualquier comida típica del sueño americano para ver “Mail Call”, un especie de programa de televentas de la guerra, donde un sargento retirado del Cuerpo de Marina de los Estados Unidos, R. Lee Ermey, vocifera todo el tiempo y exhibe todo tipo de armas y equipamiento de muerte.

No solo eso: hace una exhibición en directo de los efectos letales del distinto tipo de armas que usa, como pistolas, rifles, metralletas – la cuales suele denominar como: “esta belleza”, “esta bella y efectiva chica” - que descargan su mortífera munición sobre patillas colocadas a una distancia prudencial de prueba.

Mail Call es un programa bajo el disfraz de documental de televisión que se exhibe en “History Channel” y es presentado por R. Lee Ermey, sargento de artillería retirado del Cuerpo de Marina de los Estados Unidos. El programa fue presentado por primera vez el 4 de agosto de 2002, hace cinco años, y es ahora parte de “Viernes de Guerra” que se presenta por las cadenas televisivas norteamericanas. La mayoría de los episodios son de 30 minutos, pero al parecer ha sido tanta su popularidad que desde el 2007 algunos episodios se han ampliado a 60 minutos.

Durante cada episodio, Ermey lee y responde preguntas enviadas por televidentes respecto a armas y equipamiento usado por todas las divisiones del Ejército de los Estados Unidos ahora o en el pasado, así como otros ejércitos en la historia. Ermey a menudo toma locaciones de áreas militares para filmar demostraciones. Cuando no tiene estos espacios, emite desde un set parecido a un puesto de avanzada militar, el cual incluye: tienda de campaña, un Jeep y varias otras piezas militares.

Por supuesto que los adolescentes norteamericanos han sido “public target” accidental en la estrategia de mercadeo. Seguramente, los clientes motivados a la compra, esta compuesto por grandes corporaciones e industrias de guerra que saben exportar estos productos a todo el resto del planeta donde haya conflictos y diferencias de “baja intensidad”, como dicen los estrategas y politólogos.

Allí donde haya necesidad de eliminar al contradictor, donde se necesite una basuka de alto impacto y largo alcance que devore vidas, mutile, cercene, queme y mate, hacia allí se dirige ese mercado. A la larga, con lo que comercian, es con la muerte, de manera inmoral bajo un formato holywoodense, agazapados en la industria del entretenimiento.

Lee Ermey es hoy por hoy un icono de la cultura estaudinense, entre los sectores más populares; seguramente, como lo fue en su momento, Pablo Escobar para los habitantes de las comunas nororientales de Medellín. Pueden incluso parecerse mucho más porque ambos trafican con material lesivo e inmoral: Nuestro capo colombiano comercializaba droga hacia Estados Unidos, para que los ejecutivos de las grandes empresas norteamericanas, incrementaran su productividad y sostenibilidad del sueño americano. Lee Ermey, impulsa el mercado de armamento para que la gente en el resto del planeta se mate, y rinda de pasada dividendos a su industria de amas que la produce. BAE Systems, por ejemplo, la mayor firma del sector de defensa en el Reino Unido obtuvo utilidades antes de impuestos de US$1.400 millones, comparada con US$769 millones un año antes. Solo que hasta el momento, nadie le ha puesto un bloque de búsqueda a Ermey para liquidar tan seria amenaza en contra de la humanidad.

Según un reporte de las organizaciones humanitarias Oxfam Internacional (Intermón Oxfam en España), Amnistía Internacional (AI) y la Red Internacional de Acción contra las Armas Ligeras (IANSA) denunciaron hoy que la "globalización de la industria de armamento" está aprovechando las "importantes lagunas en las normativas actuales sobre exportación de armas" para vender armas a gobiernos y grupos armados responsables de abusos contra los Derechos Humanos y a países sometidos a embargos de armas.

El informe indica que, a final de año, se calcula que el gasto militar habrá alcanzado la cifra sin precedentes de 1,06 billones de dólares (835.400 millones de euros), aproximadamente quince veces el gasto internacional en ayuda humanitaria. Es una cifra superior al récord alcanzado durante la Guerra Fría, en 1987/88, de 1,03 billones de dólares (811.60 millones de euros) al precio actual. En 2005, Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia y Alemania juntos sumaron aproximadamente un 82 por ciento de todas las transferencias de armas.

sábado, 3 de mayo de 2008

Psicoanálisis de la Femme Nikita

Por: Otto Gerardo Salazar Pérez

Nikita tiene un grave problema, algo que salta a la vista de entrada, que se adhiere ella y la define en su ambiente gélido. No es su rostro anguloso y un tanto escaso de rubor, ni el leve salto de sus diáfanos ojos azules, debajo de su gorro de lana, como si hubiera padecido de la tiroides. Es algo, desde mi punto de vista, aún más grave. Algo consustancial al ser humano como la capacidad de hablar o de tener sexo todo el año; le falta algo de valor insustituible y preclara manifestación de humanidad. Nikita no sabe reír. Nikita no ríe. Así de simple y a la vez, de terrorífico.

En los numerosos episodios en los que la he visto asesinar con frialdad –por orden de la Sección Uno, unidad antiterrorista- he podido ver reflejado en su semblante expresiones de miedo, tensión, angustia existencial o intenso tedio, pero nunca, jamás he podido contemplar el dulce esbozo de una sonrisa, al menos, levemente insinuada como la de Monalisa. No. Su rostro es duro e inexpresivo, o más bien: ella oculta ex profeso y de manera sostenida cualquier gesto de simpatía y humanidad.

Michael es como otra tapia que refleja como un espejo la adustez de Nikita. Si uno se encontrara con los dos a la vez, podrían matarlo del susto, porque podría uno confundirlos con figuras de cera pero dotadas de vida, o al menos, de movimiento, porque la vida es calor, es pasión que resuelve en la cara articulando unos cuarenta músculos del rostro para hacer surgir lo más espontáneo en los seres humanos: la risa.

Ningún animal se ríe, excepto los seres humanos, por lo cual, bien puede uno deducir que persona que no se ría es por no es humano. Los monos hacen una mueca parecida a la risa, pero en realidad, carecen del “humor”, que es una especie de inteligencia exclusivamente humana.

Hace muchos años mi padre me dijo que desconfiara de las personas que no reían. Era un signo de que algo no andaba bien en ellos. Si alguien es incapaz de relativizar las cosas, o de hacer analogías entre elementos aparentemente dispares para hacer surgir sentidos felices y cargados de humor, entonces algo anda mal. O se es idiota o estamos rayando en alguna neurosis. Por lo regular, los asesinos no ríen, son solitarios y aun cuando tienen una lógica rigurosa que los hace mortalmente certeros, carecen del sentido del humor, bien sea por la fijación de un trauma violento, un abuso, o en cierto sentido, por la pérdida de su propia dimensión de humanidad.

Entiendo que la serie canadiense, co producida por Warner Bros ha tenido un relativo éxito en Europa y Estados Unidos. En USA, sobre todo desde el punto de vista del “sexappeal” de Nikita: a los gringos le encanta mezclar las bragas y el crimen, lo que revela en ellos una cierta cultura amarillista. Michael solo tiene pectorales pero su indefinición y melancolía frente a la voluptuosa Nikita no lo hacen muy codiciable ante las espectadoras. Más bien parece inclinado a los goces solitarios y con su melenita escasa, parece más un hippie trasnochado que un muchacho de la postmodernidad.
Otra cosa de Nikita que es muy difícil de digerir aquí en el trópico es su inveterada tendencia a vestir como los miles de poetas que pululan en Colombia: de negro, o de gris intenso. No hay color en sus trajes. Le gusta el cuero, eso sí, pero nunca se encamisa una blusa blanca o de color pastel, lo que haría resaltar sus ojos. Dicen que el negro, el gris oscuro y el café subido, casi negro, era el color del medioevo, cuando todo era tristeza y camándulas. Pero en pleno siglo XXI, con la explosión de razas y culturas que se abrazan, ver a una Nikita que no ríe, junto a un tipo que casi padece autismo y sin un prenda de color, me inyecta una rara melancolía, mientras tomo el control del televisor y cambio de canal.