viernes, 26 de agosto de 2011

Nuevos enfoques y metodologías para la investigación histórica

Ponencia presentada en el 2º Encuentro con la Historia de los Llanos
Agosto 23 y 24 de 2011
Universidad de los Llanos
Por: Otto Gerardo Salazar
Docente Facultad de Ciencias Humanas y de Educación








La Diosa de la Historia

El caso de 6 de abril de 1840
Hace veintiún años se desató entre los académicos, autoridades civiles y medios de comunicación de Villavicencio una curiosa polémica que hasta el día de hoy tiene sus resonancias. La fecha de fundación de Villavicencio. La discusión estuvo propiciada por la celebración de los 150 años de “supuesta” fundación del poblado, apoyada por una publicación: “Monografía Histórica de Villavicencio”, publicada por Juan B. Caballero Medina, político conservador y periodista.

Nancy Espinel, del Centro de Historia de Villavicencio, siempre ha rechazado esta datación, y otra más que afirma que la fundación se produjo el 20 de diciembre de 1842. Para Nancy, Villavicencio tuvo su origen a partir de la colonización espontánea que se generó en su entorno debido al descanso que tomaban los comerciantes que efectuaban transacciones ganaderas entre San Martín y Santa Fe de Bogotá. No esgrime fecha, y adelanta una visión que me interesa desarrollar: que la historia es fundamental para recoger e “interpretar” los sucesos que en el pasado naturalmente han sido claves en el proceso de consolidación y formación social, política, económica y cultural de una región”.

Subrayo de su postura, la visión de “interpretar”, a la que me refiero más adelante, por encima de la verificación de fechas.

La Academia Colombiana de Historia lanzó después una nueva fecha: 21 de octubre de 1850.

Y hace apenas un mes largo, por ejemplo, recibí un correo que a la sazón decía:

En la página 83 de este libro (Colección de Memorias Científicas, Agrícolas e Industriales) en la memoria de su viaje a los llanos, .don Mariano de Rivero y Ustariz reporta la existencia de Gramalote, luego de bajar de Buena vista el 21 de enero de 1824....es decir que hay ya un asentamiento que dio origen a Villavicencio....¡en 1824¡....con lo que se cambian los años de existencia de Villavicencio. Esta memoria siempre estuvo escondida. Como este año se hace el lanzamiento del libro de la profesora Jane Rausch sobre Villavicencio, se puede tomar como excusa este acontecimiento para cambiar la fecha de fundación de Villavicencio, el antiguo Gramalote. Resulta que "lo que nos contó el abuelito", que fue la monografía de 1940, siempre dijo que la fundación de Gramalote fue en 1840...y hay por lo menos 16 años más de existencia. Estos datos están referidos por el profesor Wilson Ladino.

Lean:” O sea: ilústrense.

Es decir, 16 años más. Con lo cual, no estaríamos celebrando 171 años, sino 187.

El dato no es nuevo, desde hace muchos años, ya Miguel García Bustamante, basado en rigurosas pesquisas y consultas a los archivos, había establecido que para 1824, ya existía un especie de “vivaque” o posada donde se acampaba, conocido y denominado por los lugareños o viajeros. El dato provenía de las “Memorias de Jean Baptiste Boussingault”, viajero francés que realizó una expedición al Meta para esa época.

Las fechas por encima de la interpretación de los hechos
A raíz del XI Simposio de Historia de los Llanos Colombo Venezolanos, celebrado en Támara, con oportunidad del Bicentenario de la independencia de Colombia, señalé lo objetivos que bien se podían perseguir en la oportunidad, como “promover e impulsar el acercamiento de las noveles generaciones a las nuevas formas de interpretación del proceso histórico de la independencia como un modo de consolidación de identidades locales, regionales y nacionales”.

Lo cual señalaría una excelente oportunidad para desmarcarnos de la visión tradicional de la historia nacional, especialmente afecta a la fechas, como recrean el episodio citado arriba. Acuérdense, si lo sufrieron, que la forma en que se enseñaba -¿enseña?- a los niños historia en este país, es a través de técnicas de nemotecnia sobre fechas: 7 de agosto, 20 de julio, 11 de noviembre, etc.
Si se quiere, la visión histórica es una especie de Medusa; igual petrifica, mata en vida con su mirada, pero a la vez, producto de su sangre, metáfora de vida, puede resucitar y volver a la vida a los hombres, sus hechos y circunstancias. El oficio de esta Medusa histórica es perfecto y cerrado si otros hombres no se atreven a mirar, si no se arriesgan por los senderos oscurecidos y olvidados que tiene la historia, un territorio de infinitos caminos. Es la mirada de cuantos estén dispuestos a mirar lo que destruye y vence a esta Medusa histórica.

Para la construcción de nacionalidad, la determinación de los hechos fundantes son un insumo clave para el establecimiento de prerrogativas, privilegios, heredades y legitimidades usadas para reforzar un sistema de exclusión, rechazo y negación de otros sectores, marginados por prejuicio racial, de género, social o religioso; o como en nuestro país, para consagrar desigualdades regionales que se expresan en acceso desigual a fuentes de poder, decisión y beneficio económico.

Ninguna mirada, aún la del científico es neutral. Todo ejercicio de memoria, aún basado en fuentes y el examen detallado de documentos opera desde la subjetividad que solo mediante la instrumentación y el método, aspira a la objetividad. Pero nunca se logra del todo. La historia, igual, ha estado más en manos de humanistas que de científicos, y esto no ha dejado de afectar la visión de la historia, siempre teñida de una ideología de base o afectada por el abrazo a un dogma.

Para el caso nuestro, la historia nacional registrada por la mirada de Medusa, es una historia deplorable, empobrecida, reducida. Es la historia de las academias demasiado apegadas al discurso oficial, demasiado solemnes, constructoras del discurso con base a la cita de la cita, imbuidas en el protocolo y el boato academicista.

Debe ser enriquecida, dinamizada, vivificada por la mayor cantidad de miradas. Escrita para los jóvenes, “des-solemnizada”. Entre más miradas haya en torno al paisaje de piedra que han construido las clases tradicionalmente dominantes del país quienes han tenido la posibilidad y el subsidio del Estado colombiano para establecer la historia del país, más posibilidades tendremos de hacer de ese paisaje muerto, un paisaje vivo que nos nutra, nos otorgue una visión fresca y compartida sobre nuestro origen común y nos permita construir una nación en términos de igual y equidad.

Las nuevas miradas
Mendiola y Zermeño, hacen una aclaración pertinente frente al ejercicio de historiar. Habla de la historiografía comprendida como “un discurso especializado que el presente hace sobre el pasado, que se preocupa a partir de huellas o vestigios dejados, que trata de reunificar lo que previamente fue separado”.

La historiografía, se inserta así en un modelo positivista a partir de consideraciones empirista y documental, mediada por la imprenta. Adscribe a los cánones metodológicos del positivismo asumido desde el estudio de la ciencias naturales en las que tradición cumple una función prescriptiva para el presente. Bajo esta consideración, por ejemplo, se ha popularizado del dicho de que se debe estudiar historia para no repetir los hechos. Premisa cuestionable si se considera la particularidad, única e irrepetible de toda tramo histórico, en todo devenir de los tiempos, fortuitos y sujeto a variables impredecibles. No es tan cierto eso de que se debe estudiar historia para no repetirla.

Continúo con Mediola y Zarmeño, quienes afirman que la historiografía va a dominar el principio naturalista de ciencia aplicado al análisis de la escritura de textos del pasado. “Para que un enunciado sobre el pasado sea cierto, debe existir la posibilidad de la contrastación y de la aseveración de una prueba o testimonio”. Adscripción a las culturas lecto escriturales, con exclusión de las culturas orales, predominantes ayer y hoy en el mundo.

El profesor Napoleón Murcia trae a propósito, en su libro: “Investigación Cualitativa, la complementariedad” (83; 2008) las frases que defendían este enfoque y que promulgaban: “Primero averiguad los hechos y luego deducid de ellos las conclusiones”. Con todo y giros arcaicos del lenguaje para reforzar el dogma. “Averiguad”, “deducid”.

Sostiene el profesor Murcia: “Lo anterior supone una separación entre el sujeto y el objeto consistiendo así la historia en un cuerpo de hechos verificados”.
A partir de nuevas visiones, esta historia que solo busca hechos históricos existentes objetivamente, es cuestionada por los antropólogos, etnógrafos y nuevos historiadores, como Eduard Hallet Carr, quien plateaba que la historia no se encuentra solo en la escritura sino en toda clase de restos de una cultura. En ese sentido, la historia no sólo será parte de los pueblos letrados sino de cualquier pueblo que dejara signos y huellas de su pasado.

El otro aspecto inconveniente de asumir la historia como naturalistas, es la mirada fría e impasible de hechos humanos, muchos de ellos, de carácter emocional, irracional y azaroso. Es decir, la forma como el historiógrafo trata los documentos. Vuelvo al profe Napoleón: “Son las preguntas que el historiador tenga que hacerle a esos documentos o vestigios sobre el pasado, las que determinan la historia y no los hechos en sí solos”.

Mendiola y Zermeño indican que la historia aborda nuevos senderos, reconstruyendo el pasado a partir de la interpretación de restos o vestigios. No solo los escritos. Retomo al profesor Murcia: “pero los datos por sí solos no constituyen la historia, se necesita del punto de vista del historiador para que le de vida a los datos obtenidos”.

Mirada que le daría potencialidad amplia de inclusión a varias culturas nuestras, de este territorio que denominamos Orinoquía, representantes de culturas orales primarias, y que han permanecido a nuestras espaldas, como Universidad y como historiadores historiógrafos. Nos han dejado huellas, amplia tradición oral de mitos y leyendas, artefactos y hasta directos sobrevivientes de su estirpe que miramos con desprecio. “Córrase para allá, indio”.

Filósofos como Dilthey, Becker y otros, han asumido esta posición reflexiva a través de la filosofía de la historia, la cual se ocupa, “no sólo del pasado en sí, ni exclusivamente de la opinión de los historiadores, sino de ambas cosas relacionadas entre sí… El pasado que estudia el historiador no es un pasado muerto, sino un pasado que en cierto modo vive aún en el presente” Collingwood.