Grupo de Estudio Da Vinci
¿Quién
piensa la “Universidad”?
Por: Otto Gerardo Salazar Pérez
Docente
Facultad Ciencias Humanas y de la Educación.
Grupo de Estudio Da Vinci
Según los filósofos la Universidad
“es el espacio donde las diversas facultades o estudios generales entran en
diálogo para llegar a una comprensión más profunda de lo que es el ser humano,
de su sentido en este mundo, de su función en la sociedad y de su fin
trascendente”.
Las Universidades surgieron al
final del medioevo como comunidades internacionales de hombres de saber que
huían al orden feudal y se juntaron en las nacientes urbes europeas a ejercer
un rol de ciudadanos y a practicar el conocimiento en modo colectivo, mediante
el examen y la discusión. Varías de ellas también nacieron en ámbitos
religiosos, como las escuelas catedralicias y episcopales.
Es decir que Universidad, la
urbe -hoy ciudad- y el concepto de ciudadanía, contrario a
hombres esclavos y en condición de servidumbre, florecieron de un modo
concurrente y a un mismo tiempo hacia finales del medioevo junto con las Universidades.
Lo característico de las
Universidades, en función de su misión de conocimiento, es que los sujetos de
su discurso son entidades externas,
objetos conceptuales o realidades físicas circundantes y no ella misma. Llámese
campo de conocimiento, disciplina, objetos de conocimiento, etc., jugados en
Facultades y Escuelas. Así, el discurso sobre el que discurre la Universidad a
través de sus escuelas y Facultades pueden ser la Pedagogía, la Economía, la
Medicina, el Derecho, la Ingenierías y en general todas las ramas del saber. Es
su función.
Pero pocas veces, la Universidad
piensa en sí misma. No me refiero a los Planes Estratégicos, a las definiciones
de su misión, visión y planes de desarrollo y de acción. Varios de estos
documentos están jugados en temporalidades y son de un orden rutinario técnico
administrativo. Muy pocos estudiantes y docentes, retienen y digieren, por
ejemplo, la misión y visión de su escuela, a no ser de tarea en diligencias de
acreditación. Aun así, no han provocado una hermeneútica y desciframiento de su
sentido. Se asumen más como parte conexa del letrero.
Tampoco a las directrices y
planes del gobierno nacional que a través del Ministerio de Educación, amén de
la cacareada autonomía universitaria, regula y modula las instituciones de
educación superior en términos de calidad y cobertura. Las universidades
terminan así siendo un reflejo de la acción de gobierno con fines educativos de
manera primordial para surtir y mantener saludable el mercado laboral y los
oficios que demanda la sociedad, de manera preponderante ahora, en función del
mercado y el consumo. Empiezan a imperar así conceptos como: oferta y demanda
académica, punto de equilibrio y otros de una racionalidad de producción,
mercadeo y consumo de la educación.
Los ejes misionales de “formar
ciudadanos”, con “pensamiento crítico” y con “aprecio por el patrimonio
histórico y las expresiones culturales”, quedan relegadas a un segundo plano o
sin prioridad. La consolidación de la masa crítica y la excelencia académica no
se corresponde con resonancia y reconocimiento de investigaciones que rumian la
cotidianidad de un conocimiento de nimiedad y detalle. Que tampoco tienen
salida en revistas que prácticamente desaparecieron de la Universidad. En el
currículo se derrumban las columnas del humanismo y crece con ansia el afán por
promover programas nuevos que satisfagan la demanda de mercado para salirle
adelante a los competidores de otros universidades de carácter privado
enfocadas en otros valores.
Los claustros académicos y los
colegiados; desde el Académico, Consejos de Facultad, Escuelas y de Programa,
además del oficio rutinario de gestión, no alumbran el camino mediante la
publicación de documentos para precisar alcances y realidades de conceptos como
la autonomía universitaria, sentido y fin de la educación superior, calidad de
la educación, competencias y los frustrados “resultados de aprendizaje”.
Hace unos años, circularon una miríada
de pequeñas publicaciones de grupos entusiastas de profesores de diferentes
Facultades y Escuelas que se dieron a la tarea de reflexionar, pensar de manera
crítica e intentar estimular una masa crítica en la Universidad que sucumbió a
la “formatitis” y desaparecieron del todo. Su objeto de conocimiento y
discurso, eran precisamente la Universidad.
Por precariedad, el debate a
derivado a la formalización docente y a la consolidación de una planta docente
como requisito básico de establecer una comunidad académica que es débil por el
vinculo precario de la “ocasionalidad” sistemática y perenne y “la catedra”
recurrente como forma de completar el equipo de docentes.
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