sábado, 23 de marzo de 2019

Pensar la Unillanos

Por: Otto Gerardo Salazar Pérez
        Docente Escuela de Humanidades, Facultad de Ciencias Humanas y Educación
        Coordinador del Grupo de Estudio Da Vinci

(Las opiniones aquí expresadas no comprometen a la Escuela de Humanidades, ni a la Facultad de Ciencias Humanas y Educación, ni al Grupo de Estudio Da Vinci. Son  opiniones responsabilidad exclusiva de quien firma el artículo).

En el mes de octubre, en las azarosas jornadas del paro estudiantil del año anterior, en medio de una marcha desesperanzada, hablábamos con el profesor Álvaro Ocampo y la profesora Constanza Yunda de la necesidad de que la Universidad de los Llanos fuera repensada y reflexionada. De lo urgente que es que alguno o varios sectores del alma mater, más allá de la dinámicas diarias instaladas en el trasegar de la Universidad, rumiara sus categorías esenciales que la definen como tal y sus problemas más urgentes.

Las circunstancias de un paro doloroso siempre convocan a la reflexión por fractura y signos de crisis, cuando debería ser una ejercicio anticipatorio, estratégico y guiador de las dinámicas internas y externas de la Universidad. No ha sido así. Las universidades del país, especialmente la nuestra, dormitan en el tramite rutinario, en la obligatoriedad de llenar formatos y cumplir rituales vacíos que indican el “adecuado” desempeño. En promedio cada tres o cuatro semestres nos sacude un paro de causa interna o externa por eclosión de problemas que quizás pudieron ser evitados con gestiones de previsión, anticipación y acción temprana que garantizara la necesaria normalidad y fluidez de la vida y el quehacer académico.

En medio de todo lo anterior, la Universidad de los Llanos no logra consolidar una masa crítica, ni estudiantil ni docente; el modelo investigativo que debería predominar, propuesto por el Plan de Desarrollo Institucional, derivó casi exclusivamente hacia la afanosa búsqueda de la acreditación institucional pero dejó en vacío lo investigativo y la consolidación de masa crítica. Los procesos investigativos son rutinarios, burocráticos y delegados en mandos medios que no estimulan la investigación sino que generan compartimentación y un sistema de compuertas para proyectos de bajo impacto para la región y el país, en parte, siguiendo la directrices no cuestionadas ni discutidas de Colciencias.

Pululan los grupos de investigación disciplinar de dos o tres docentes con escasa financiación que jamás pueden emprender y desarrollar proyectos de alto impacto. La Dirección de investigaciones no ha motivado la conformación de unos tres o cuatro grupos interdisciplinarios numerosos y representativos que incluso se defiendan y asuman con suficiencia la puntillosa dinámica de reconocimiento y categorización de Colciencias, con respaldo económico suficiente y amplio, que gire de manera oportuna los recursos para proyectos que agonizan y vienen a recibir los insumos a puerta de ser finiquitados. No obstante, su respaldo y blasón de gestión año por año, es haber logrado mayor cantidad de recursos que al año anterior.

Muchos doctorandos o doctores, financiados con recursos de la Universidad, regresan sin su titulación oportuna ni significan un cambio o un aporte investigativo para sus respectivas facultades. Gestión más orientada a elevar ingresos y no con miras a una genuina consolidación de sus propios perfiles académicos. Por supuesto, luego de dos o tres años de comisión, se integran a la Universidad con nulo aporte intelectual.

Igual, muchos años después, seguimos con una única revista categorizada en Publindex, dedicada a las ciencias agropecuarias y ambientales. Las promesas hechas en pasadas administraciones de apoyar en las mismas condiciones de “Orinoquia” a una revista para las “ciencias humanas y sociales” en Unillanos han naufragado en esfuerzos singulares, sin apoyo logístico y económico. Incluso han padecido el saboteo de agentes internos afanosos de gestionar proyectos editoriales cuasi personales sin cobertura ni dimensión para un campo amplio pero definido como las humanidades.

Las humanidades no despegan. Con cuatro licenciaturas, programas básicos de educación, la Escuela de Pedagogía no ha podido jamás, ni lo ha intentado, ser la conciencia pedagógica de la región y se limita a agenciar las cargas académicas para cada periodo académico. En perspectiva, debería ser la “Escuela” por excelencia. La unidad académica para pensar la Universidad de los Llanos como entidad educativa superior, es decir, la misma esencia de la Universidad con delegación propia y de por sí en un Consejo Académico que perfilara la dimensión esencial de la Universidad como institución formadora. Es posible que siga subsistiendo como entidad amanuense de las sucesivas decanaturas y no más. No hay un perfil alto, con autoridad, dominador amplio del discurso educativo y pedagógico que la presida, con amplio reconocimiento investigativo nacional.

Como lo publiqué hace unos años -2012-, hace 7 años con motivo de la visita de Armando Zambrano Leal: la Universidad de los Llanos padece un déficit de discurso pedagógico. Y cada vez es peor. Lo cual da para la colonización e implementación de otros discursos y dinámicas: político-clientelares, prescripciones administrativas, ideologías sin crítica y reflexión, heteronomía y mutismo desde lo interior de la U.

De otro lado, la lentitud y el retraimiento para hacer convocatorias de docentes de planta, ha saldado un acumulado histórico de docentes “ocasionales” sin  reconocimiento de su dignidad docente, probada año tras año por evaluación y bajo el nuevo enganche de contratación a once meses. Reiteradamente es comparada  a peores y más indignas condiciones de “otros docentes que reciben contrataciones de cuatro meses en dos periodos cada año”. Es decir, salimos a deber, aunque esto impacte negativamente en la Universidad y de manera obtusa, transfieran a ellos la responsabilidad para no poder asumir proyectos de investigación de manera autónoma ni ocupar cargos de docencia administrativos. Es decir, la culpa de las sucesivas administraciones, la falta de efectividad para hacer un relevo generacional planeado y bien sustentado para, a través convocatorias y en régimen de meritocracia renovar y enriquecer su planta docente, es cargada a destajo a los docentes ocasionales.


Hace seis meses recibí ese diálogo con los profesores Ocampo y Yunda como un invitación  que me prometieron acompañar a crear y generar un espacio de reflexión sobre la Universidad que vislumbre un futuro promisorio para nuestra universidad y vuelva efectiva la declaración de:

“… propender ser la mejor opción de Educación Superior de su área de influencia, dentro de un espíritu de pensamiento reflexivo, acción autónoma, creatividad e innovación. Al ser consciente de su relación con la región y la Nación es el punto de referencia en el dominio del campo del conocimiento y de las competencias profesionales en busca de la excelencia académica.”

Invitación que hago extensiva a otros docentes que quieran respaldar esta propuesta, o rechazar o controvertir. Para empezar, de eso se trata. Allanar las vías para desarrollar masa crítica y comenzar a transitar a tientas la tradición académica. Que por supuesto no puede ser conforme, ni unificada, ni dogmática, ni clientelar, sino estimuladora de la diversidad ideológica, la variabilidad, la riqueza de matices, los puntos de vista inesperados que nutran a una comunidad de pensamiento y reflexión. Es lo que garantiza vida. En todos los sentidos. En este caso, institucional.

Es lo que debemos antes que nuevos paros, perdidas de registros de programas, traumatismos en Facultades, bajos indicadores en publicaciones, investigación y proyección nos pongan en las escalas rumiadas de la mediocridad, contrario a la “excelencia académica” que pregona nuestra visión. Que el próximo paro no nos coja solo con una valla en las manos, sino con aportes hechos desde nuestra reflexión para salirle al paso con soluciones a los problemas. Dentro de los que se incluyen con prioridad los de la propia Unillanos.