domingo, 9 de noviembre de 2014

Scheherezada, niña expulsada, pide un cupo en la escuela


Por: Otto Gerardo Salazar Pérez*

En un posgrado de una prestigiosa universidad, en un seminario, el profesor a cargo se refería a la literatura como “literatura gris”, al carecer de reconocimiento y arbitraje de pares evaluadores para ser publicado en una revista indexada. Seguramente a la literatura que se refería es a aquella de carácter estético que representan las obras artísticas y que difieren en su discurso al canon de la literatura científica. La expresión me pareció muy fuerte y arbitraria. Ponía en la balanza dos tipos de discursos que configuran dos disciplinas para abordar el ser humano en dimensiones substancialmente diferentes; así que la comparación no venía al caso. Ambas reconocidas y apreciadas pero que constituyen dos sendas de abordaje sobre la dimensión humana y de la realidad que transitan caminos diferentes.

La primera, la literatura, de un abordaje superior y aún más antiguo, de la cual, son subsidiarios en su origen los nuevos discursos especializados de la ciencia, la filosofía, la ética. La literatura fue el primer discurso concebido por el ser humano en sentido referencial para conocer el mundo, la realidad, en los relatos de viajes y aventuras. Contenían a su vez estos relatos una  dimensión filosófica al pensar sobre el ser y su misión en la vida, y no carecían de la dimensión ética y axiología al plantear no pocos dilemas de orden moral al tratar temas como la justicia, el buen obrar y la conducta  en relación a los demás. Sin ser su objeto preferencial, tenían un carácter pedagógico al instruir y formar a las nuevas generaciones. Brindaban un saber y formación que ahora llaman integral y que pretende el mundo académico, más de modo retórico que real.

“Las Mil y una Noches” son un buen ejemplo. Los cuentos que refiere Scheherezada, instruyen con el placer natural de escuchar una buena historia, una dimensión humana muy profunda y arraigada que aún se pone de manifiesto en la disposición de los niños de cualquier edad a oír una buena narración.

El profesor universitario a cargo del posgrado, nivel de formación que pretende la formación en ciencia, ponía de presente una tradición muy arraigada en las comunidades académicas: La subvaloración del discurso narrativo en la escuela.

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Pensando en ello y a raíz de los problemas de lectura y escritura que manifiestan  los estudiantes de primeros semestres  en la universidad, lo cual les impide una inserción a este nivel educativo, derivadas de las deficiencias de formación en esta área de los niveles de formación precedente, primaria y secundaria, me propuse indagar que tanto leían literatura en general.

En primer lugar es necesario aclarar que el nivel de lectura con el cual llegan los estudiantes al nivel superior es bastante deficitario, pese a los estándares de lenguaje que plantea el Ministerio de Educación en los Estándares Básicos de Competencias para el área de Lenguaje que en teoría deben alcanzarse para los niveles de educación básica y media. Su nivel de lectura apenas alcanza el literal, que da cuenta lo que dice el texto. Pero acceden con dificultad al nivel comprensivo del texto y por supuesto no acceden a un nivel crítico que es el deseable en formación de estudios superior.

Igual, hay que tener en cuenta que, con el propósito de lograr la pretendida formación integral, los estándares de esta área contienen cinco factores de organización: “Producción textual, Comprensión e interpretación textual, Literatura, Medios de comunicación y otros sistemas simbólicos, y Etica de la comunicación”.

Hice una prueba muy pequeña. Una encuesta. A 50 estudiantes, chicos y chicas entre los 16 y 24 años de edad,  de primer semestre, les presenté diez autores colombianos contemporáneos para que indicaran mediante una X o cualquiera otra señal al frente, a cuáles de ellos conocían, por prensa, televisión, etc. Los hice parte de la muestra precisamente por ser los escritores colombianos más reconocidos por los medios y por lo tanto, más expuestos al público en general.

Eran ellos: Héctor Abad Faciolince, Juan Gabriel Vásquez, William Ospina, Evelio José Rosero, Laura Restrepo, Mario Mendoza, Triunfo Arciniegas, Jorge Franco Ramos, Juan Carlos Botero y Sergio Álvarez.

En el caso de que indicaran alguno de estos escritores, una segunda pregunta indagaba sobre la obra leída. Una repregunta para intentar constatar la consistencia de la primera respuesta.

A la primera pregunta destacaron tres escritores: William Ospina, Juan Carlos Botero y Mario Mendoza. Algunos estudiantes marcaron otros autores del listado pero averiguando sobre las obras no respondieron, no dieron razón de sus obras. A lo sumo reconocieron a algunos de ellos en una revista o en la televisión, pero de sus obras, no conocían nada. Cuatro estudiantes nombraron “Dónde está la franja amarilla”, de William Ospina. Un estudiante indicó a “Multitud Errante”, de Laura Restrepo.

No fue muy consistente la primera con la segunda respuesta. Hice una tercera pregunta. En términos de la literatura colombiana, cuáles obras habían leído de manera reciente. Y la respuesta fue previsible: el corpus tradicional de obras que se lee en la escuela, de la antigüedad clásica, de obras de superación, la garciamarquiana, la obras del maestro Soto Aparicio, de narcotráfico, El Tunel, de Sábato; El Principito, de Saint-Exupéry. Pero más de la mitad ni siquiera contestó.

Lo que genera reflexión es que estas obras son las que se leen en la escuela desde hace cincuenta años. Como lo señala Alvaro Pineda Botero, los maestros colombianos, al desconocer el canon, no renuevan el corpus de obras que leen los niños y los jóvenes en la escuela. O en el peor caso, como no leen y se orientan por criterio propio, hacen leer a sus alumnos las obras que sugieren las editoriales a través de los libros de texto, que es fragmentaria y superficial. Mejor dicho, en la escuela no se lee en términos reales y efectivos obras completas. Los niños escasamente leen textos, y con esta formación básica llegan a la universidad, donde la literatura es calificada de literatura gris, un discurso de segundo orden, subvalorado.

Norma explícita y ejemplarizante en el rechazo de la mayoría de universidades colombianas de admitir como trabajos de grado obras de creación literaria y que a los docentes se les aplica de manera correspondiente con el desconocimiento de obras literarias para efectos de reconocimiento de puntajes de escalafón.

En cambio cientos de artículos de baja o nula  incidencia en el campo científico, pero que cumplen  con los estándares del discurso científico, logran acreditación y obtienen puntajes de remuneración, que a la larga y sin la trascendencia de obras literarias que logran calar en el gran público, vienen a ser la verdadera literatura  gris que reposa en anaqueles y bases de datos de revistas que muy escaso público consulta.

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Es queja frecuente en la escuela e incluso en los ámbitos académicos el reconocimiento a la falta de valores que transmite la escuela. Es más, hasta se sostiene que los principios y valores son discrecionalidad  de la familia de manera primordial –que los endosa a la televisión y las Tic-, y que la escuela lo que debe es enseñar. Igual, se echa de menos la dimensión humana, la poca sensibilidad artística de las nuevas generaciones; la falta de escrúpulos, de moralidad, de solidaridad con el otro, de responsabilidad con su medio y aprecio de su propia cultura de los nuevos profesionales.


Todo ello puede devenir la ausencia de las fuentes que brindaba la literatura en la escuela. Hasta mejor formados resultaban los hombres, mujeres y niños cuando la misma escuela no existía pero habían los libros para escuchar una fábula, un mito, una leyenda, un cuento, una novela que fuera capaz de descubrir el mundo y, a la vez, descubrir el corazón de los hombres e ilustrar las constante luchas entre el bien y el mal, en medio de escenarios propios que labra la cultura.

 * Mg. En Educación, Universidad de Caldas.  Lic. Filología e Idiomas, U.N. Docente Facultad Ciencias Humanas y de la Educación. Universidad de los Llanos. Grupo de Investigación sobre Educación, Sociedad y Región, Da Vinci                             
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