jueves, 14 de agosto de 2025

Investigación desinflada

 Por: Otto Gerardo Salazar Pérez

Docente Facultad Ciencias Humanas y de la Educación.

Grupo de Estudio Da Vinci          

 


Reciente, en el marco de las semanas previas al inicio de clase tuvimos un encuentro con la DGI de Unillanos para hacer un ejercicio de autoayuda y catarsis sobre la investigación en Unillanos. Se organizaron mesas y se nos invito a expresar “cómo nos hacía sentir” los procesos de investigación en Unillanos y después, en plenaria, socializar lo que cada mesa concluyó.

Algo que normalmente ocurre cada año, o cada dos, para revisar y hacer los ajustes a los procesos de investigación en Unillanos. Bueno, “hacer los ajustes”, pese a la reiteración de las quejas, es un decir. Los problemas de investigación, sin solución, son los mismos de hace varios años. Y en cada convocatoria de estas, o por el estilo, se enlistan los mismos problemas. Así por encimita:

1.Alta burocratización del sistema; 2. Sistema discriminatorio que subordina a los docentes ocasionales para la formulación y ejecución de proyectos, perspectiva diferencial y discriminatoria; 3. Moral y entusiasmo de los profesores por el suelo, lo cual los lleva a automarginarse de formular proyectos. 4.Sistemas engorrosos de legalización que traen aparejadas la amenaza. Cetera, cetera.

Esta opinión, para nada, en la expresión de desconocimiento al trabajo de varios docentes investigadores que han logrado vencer el sistema y han formulado y ejecutado proyectos de investigación. Bien por ellos. Pero no es el caso de la mayoría. Y se espera que un sistema funcional se pruebe en el mayor número de casos.

Curioso que un sistema, establecido para la ciencia, soportada en evidencia, empírica, dependa de un factor como la moral y el entusiasmo que en este caso no prende. Abstracciones del humanismo que se relacionan con lo “subjetivo” y los “afectos”, para reconocer el rol fundamental de las “emociones” en la acción humana que pregona H. Matura.

Hace 20 años la Universidad, de la mano de Carlos Enrique Garzón y Alberto Baquero Nariño, en su PDI declaró dos propósitos fundamentales: 1. Lograr la acreditación institucional en alta calidad a 2020 y 2. Convertirse en una universidad investigadora, para superar el modelo “profesionalizante” que predomina. Es decir, buscó el propósito alto de convertir la Universidad en un alto centro de producción de conocimiento, morigerado por la ideología de Ignacio Ellacuría que clamaba en la Universidad del Salvador: “Otras universidades sabrán más que la nuestra; pero no habrá ninguna que sepa más de nuestra realidad.” Ecos que venían del sur, de la Universidad Nacional San Antonio Abad, de Cusco, Perú.

Nuestra alma mater logró el primer fin, y creo que no tuvo en mente -nunca la ha tenido- de manera concreta el segundo objetivo: andar y trillar caminos que consoliden la investigación en toda la Orinoquía, en todas sus áreas de conocimiento. Aupada por el gobierno, el afán ha estado puesto en ampliar la cobertura, crear programas académicos sin respaldo de grupos docentes investigadores.

La redención a la región en la transferencia tecnológica que hizo el IALL elevando el espejo de agua para la producción de proteína económica y accesible mejoró la dieta de los habitantes de la Orinoquia; el asesoramiento a los cultivos de soya, arroz, maíz y otros que lideró el profesor Jorge Ortega, mediada la investigación, impulsó al Departamento del Meta y la región a los primeros renglones de productividad agrícola en el país. La investigación en reproducción bovina era activa y notable en el mejoramiento de especies animales en una Universidad que, siendo más joven y con menos recursos, fue vigorosa en la investigación y transferencia, cuando algún día acarició el sueño de convertirse en el mayor centro de conocimiento de la Orinoquia.

lunes, 21 de julio de 2025

 

Grupo de Estudio Da Vinci

¿Quién piensa la “Universidad”?

 

Por: Otto Gerardo Salazar Pérez

        Docente Facultad Ciencias Humanas y de la Educación.

       Grupo de Estudio Da Vinci          


 

Según los filósofos la Universidad “es el espacio donde las diversas facultades o estudios generales entran en diálogo para llegar a una comprensión más profunda de lo que es el ser humano, de su sentido en este mundo, de su función en la sociedad y de su fin trascendente”.

Las Universidades surgieron al final del medioevo como comunidades internacionales de hombres de saber que huían al orden feudal y se juntaron en las nacientes urbes europeas a ejercer un rol de ciudadanos y a practicar el conocimiento en modo colectivo, mediante el examen y la discusión. Varías de ellas también nacieron en ámbitos religiosos, como las escuelas catedralicias y episcopales.

Es decir que Universidad, la urbe -hoy ciudad- y el concepto de ciudadanía, contrario a hombres esclavos y en condición de servidumbre, florecieron de un modo concurrente y a un mismo tiempo hacia finales del medioevo junto con las Universidades.

Lo característico de las Universidades, en función de su misión de conocimiento, es que los sujetos de su discurso  son entidades externas, objetos conceptuales o realidades físicas circundantes y no ella misma. Llámese campo de conocimiento, disciplina, objetos de conocimiento, etc., jugados en Facultades y Escuelas. Así, el discurso sobre el que discurre la Universidad a través de sus escuelas y Facultades pueden ser la Pedagogía, la Economía, la Medicina, el Derecho, la Ingenierías y en general todas las ramas del saber. Es su función.

Pero pocas veces, la Universidad piensa en sí misma. No me refiero a los Planes Estratégicos, a las definiciones de su misión, visión y planes de desarrollo y de acción. Varios de estos documentos están jugados en temporalidades y son de un orden rutinario técnico administrativo. Muy pocos estudiantes y docentes, retienen y digieren, por ejemplo, la misión y visión de su escuela, a no ser de tarea en diligencias de acreditación. Aun así, no han provocado una hermeneútica y desciframiento de su sentido. Se asumen más como parte conexa del letrero.

Tampoco a las directrices y planes del gobierno nacional que a través del Ministerio de Educación, amén de la cacareada autonomía universitaria, regula y modula las instituciones de educación superior en términos de calidad y cobertura. Las universidades terminan así siendo un reflejo de la acción de gobierno con fines educativos de manera primordial para surtir y mantener saludable el mercado laboral y los oficios que demanda la sociedad, de manera preponderante ahora, en función del mercado y el consumo. Empiezan a imperar así conceptos como: oferta y demanda académica, punto de equilibrio y otros de una racionalidad de producción, mercadeo y consumo de la educación.

Los ejes misionales de “formar ciudadanos”, con “pensamiento crítico” y con “aprecio por el patrimonio histórico y las expresiones culturales”, quedan relegadas a un segundo plano o sin prioridad. La consolidación de la masa crítica y la excelencia académica no se corresponde con resonancia y reconocimiento de investigaciones que rumian la cotidianidad de un conocimiento de nimiedad y detalle. Que tampoco tienen salida en revistas que prácticamente desaparecieron de la Universidad. En el currículo se derrumban las columnas del humanismo y crece con ansia el afán por promover programas nuevos que satisfagan la demanda de mercado para salirle adelante a los competidores de otros universidades de carácter privado enfocadas en otros valores.

Los claustros académicos y los colegiados; desde el Académico, Consejos de Facultad, Escuelas y de Programa, además del oficio rutinario de gestión, no alumbran el camino mediante la publicación de documentos para precisar alcances y realidades de conceptos como la autonomía universitaria, sentido y fin de la educación superior, calidad de la educación, competencias y los frustrados “resultados de aprendizaje”.

Hace unos años, circularon una miríada de pequeñas publicaciones de grupos entusiastas de profesores de diferentes Facultades y Escuelas que se dieron a la tarea de reflexionar, pensar de manera crítica e intentar estimular una masa crítica en la Universidad que sucumbió a la “formatitis” y desaparecieron del todo. Su objeto de conocimiento y discurso, eran precisamente la Universidad.

Por precariedad, el debate a derivado a la formalización docente y a la consolidación de una planta docente como requisito básico de establecer una comunidad académica que es débil por el vinculo precario de la “ocasionalidad” sistemática y perenne y “la catedra” recurrente como forma de completar el equipo de docentes.

miércoles, 23 de abril de 2025

Tiene sentido celebrar el día del Idioma

 

Por: Otto Gerardo Salazar Pérez

        Grupo de Estudio Da Vinci

        Docente del Curso Procesos Comunicativos


Solo los países de culto al saber escolástico rinden desmedido tributo a la lengua. Muy pocas naciones tienen “academias de la lengua”, para incienciar y rezar las fórmulas de la corrección y el buen hablar. No me refiero a los institutos de investigación en lenguas, como el Instituto Caro y Cuervo, el Instituto Cervantes, por ejemplo, u otros por el estilo. Se supone que un “instituto” describe, adelante estudios sobre la lengua, investiga, etc., pero no da reglas ni establece normas de escritura y buen hablar, que es la tendencia de las “Academias”, asociaciones de pares de saber caduco que pretender imponer el habla y mantener en cinturón de castidad la dinámica activa y mutante de las lenguas naturales.

Aparte de eso, ¿por qué es preciso celebrar el día del idioma?

En primer lugar, el lenguaje es pre requisito de la existencia de sociedades, de grupos humanos que en la articulación de acciones coordinadas, como dice Maturana, lograr superar su condición de individuos subjetivos para llegar a la condición social intersubjetiva, lo que marca el proceso civilizatoria, colaborativo y de construcción del saber colectivo. No es poca cosa.

Segundo, el idioma esta estrechamente vinculado con nuestra capacidad de pensar. El horizonte de pensamiento de un ser humano es equiparable al desarrollo y consolidación de su lenguaje. Un lenguaje pobre y escasamente desarrollado, se convierte en un pensamiento pobre y escasamente desarrollado. El lenguaje es el repositorio del saber humano, dice Ayakawa.

Tercero, el lenguaje es la base de la expresión, del examen interno, del autoconocimiento, lo cual, en términos de los griegos, del conócete a ti mismo, no es poca cosa.

Cuarto, el lenguaje nos margina o nos permite acceder a recursos y fuentes de poder. Teum Van Dikj, el lingüista holandés, en su Análisis Crítico del Discurso,  ACD, describe cómo el acceso diferenciado a los recursos del lenguaje y el “discurso” nos pone en situación de ventaja o desventaja en el juego social y la persecución de los recursos.

Quinto, el lenguaje tiene expresión en la forma de arte que es la literatura. Fue consuelo, refugio y fuente de transmisión de conocimiento para las primeras sociedades nómadas de la humanidad. Contar historias, narrar, contar, fue la primera forma de comunidad alrededor del fuego para conjurar el miedo, organizar la experiencia y transmitirla a los demás. Por ello celebramos a Cervantes, a García Márquez, a Shakespeare.

No son los únicos factores, otros nuevos se han sumado, muy potentes, de los que habla Lyotard, J. F. en "La condición postmoderna. Informe sobre el saber".

Ubica el lenguaje en el centro del saber y las ciencias de punta: "…desde hace cuarenta años las ciencias y las técnicas llamadas de punta se apoyan en el lenguaje: la fonología y la teorías linguísticas, los problemas de la comunicación y la cibernética, las álgebras modernas y la informática, los ordenardores y sus lenguajes, los problemas de traducción de los lenguajes y la búsqueda de compatibilidades entre lenguajes-máquina, los problemas de la memorización y los bancos de datos, la telemática y la puesta a punto de terminales "inteligentes", la paradojología."

Lyotard sostiene también: "El saber en general no se reduce a la ciencia, ni siquiera al conocimiento". Es apenas una parte y suele desconocer el saber tradicional", (...) "la preeminencia de la forma narrativa en la formulación del saber tradicional". "El relato es la forma por excelencia de ese saber". Ese saber -el científico- se encuentra así aislado de los demás juegos del lenguaje cuya combinación forma el lazo social.

Es así que las Universidades y los centros educativos deberán promover y estimular las formas del discurso narrativo, generador en mayor medida del lazo social, promotor de valores morales, éticos y afectivos para restituir en parte el desbalance que se ha zanjado por una educación formal que privilegia el discurso científico. Objeto central que persigue el Taller de Escritores de la Universidad de los Llanos.