sábado, 3 de mayo de 2008

Psicoanálisis de la Femme Nikita

Por: Otto Gerardo Salazar Pérez

Nikita tiene un grave problema, algo que salta a la vista de entrada, que se adhiere ella y la define en su ambiente gélido. No es su rostro anguloso y un tanto escaso de rubor, ni el leve salto de sus diáfanos ojos azules, debajo de su gorro de lana, como si hubiera padecido de la tiroides. Es algo, desde mi punto de vista, aún más grave. Algo consustancial al ser humano como la capacidad de hablar o de tener sexo todo el año; le falta algo de valor insustituible y preclara manifestación de humanidad. Nikita no sabe reír. Nikita no ríe. Así de simple y a la vez, de terrorífico.

En los numerosos episodios en los que la he visto asesinar con frialdad –por orden de la Sección Uno, unidad antiterrorista- he podido ver reflejado en su semblante expresiones de miedo, tensión, angustia existencial o intenso tedio, pero nunca, jamás he podido contemplar el dulce esbozo de una sonrisa, al menos, levemente insinuada como la de Monalisa. No. Su rostro es duro e inexpresivo, o más bien: ella oculta ex profeso y de manera sostenida cualquier gesto de simpatía y humanidad.

Michael es como otra tapia que refleja como un espejo la adustez de Nikita. Si uno se encontrara con los dos a la vez, podrían matarlo del susto, porque podría uno confundirlos con figuras de cera pero dotadas de vida, o al menos, de movimiento, porque la vida es calor, es pasión que resuelve en la cara articulando unos cuarenta músculos del rostro para hacer surgir lo más espontáneo en los seres humanos: la risa.

Ningún animal se ríe, excepto los seres humanos, por lo cual, bien puede uno deducir que persona que no se ría es por no es humano. Los monos hacen una mueca parecida a la risa, pero en realidad, carecen del “humor”, que es una especie de inteligencia exclusivamente humana.

Hace muchos años mi padre me dijo que desconfiara de las personas que no reían. Era un signo de que algo no andaba bien en ellos. Si alguien es incapaz de relativizar las cosas, o de hacer analogías entre elementos aparentemente dispares para hacer surgir sentidos felices y cargados de humor, entonces algo anda mal. O se es idiota o estamos rayando en alguna neurosis. Por lo regular, los asesinos no ríen, son solitarios y aun cuando tienen una lógica rigurosa que los hace mortalmente certeros, carecen del sentido del humor, bien sea por la fijación de un trauma violento, un abuso, o en cierto sentido, por la pérdida de su propia dimensión de humanidad.

Entiendo que la serie canadiense, co producida por Warner Bros ha tenido un relativo éxito en Europa y Estados Unidos. En USA, sobre todo desde el punto de vista del “sexappeal” de Nikita: a los gringos le encanta mezclar las bragas y el crimen, lo que revela en ellos una cierta cultura amarillista. Michael solo tiene pectorales pero su indefinición y melancolía frente a la voluptuosa Nikita no lo hacen muy codiciable ante las espectadoras. Más bien parece inclinado a los goces solitarios y con su melenita escasa, parece más un hippie trasnochado que un muchacho de la postmodernidad.
Otra cosa de Nikita que es muy difícil de digerir aquí en el trópico es su inveterada tendencia a vestir como los miles de poetas que pululan en Colombia: de negro, o de gris intenso. No hay color en sus trajes. Le gusta el cuero, eso sí, pero nunca se encamisa una blusa blanca o de color pastel, lo que haría resaltar sus ojos. Dicen que el negro, el gris oscuro y el café subido, casi negro, era el color del medioevo, cuando todo era tristeza y camándulas. Pero en pleno siglo XXI, con la explosión de razas y culturas que se abrazan, ver a una Nikita que no ríe, junto a un tipo que casi padece autismo y sin un prenda de color, me inyecta una rara melancolía, mientras tomo el control del televisor y cambio de canal.

No hay comentarios: