martes, 30 de octubre de 2018

¿Qué tan efectivas son las protestas estudiantiles?


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Por: Otto Gerardo Salazar Pérez
        Docente Escuela de Humanidades, Facultad de Ciencias Humanas y Educación
        Coordinador del Grupo de Estudio Da Vinci

(Las opiniones aquí expresadas no comprometen a la Escuela de Humanidades, ni a la Facultad de Ciencias Humanas y Educación, ni al Grupo de Estudio Da Vinci. Son  opiniones responsabilidad exclusiva de quien firma el artículo).

¿Qué tan efectivas son las protestas estudiantiles? Son muy importantes y bastante efectivas. El maestro Julián de Zubiría acaba de reconocerlo en un artículo recién publicado en Semana. Son muy importantes y los estudiantes, la masa en sí, merecen para el maestro y la mayoría de colombianos nuestro reconocimiento. Les dedica parte de la letra que hizo famosa Mercedes Sosa: ¡Qué vivan los estudiantes!

Sin embargo, las marchas y protestas estudiantiles tienen su limite en un nivel de logro. No son un escenario de partido organizado con una plataforma programática establecida que estudie y proponga al gobierno políticas educativas públicas con carácter permanente. Aun si lo fueran, tendrían el sesgo necesario de su matiz ideológico como partido, lo que le restaría condiciones para ser pensada como una política de Estado, más allá de sus objetivos de poder que perseguiría como partido, o el interés solapado en ejercicios de gobierno. Son explosiones justas de inconformidad y protesta.

Una desfinanciación crónica y un índice acumulado de falta de recursos tiene todo el mérito para una protesta al nivel de las movilizaciones que se han dado en el país en el último mes. Deberían nacer en el seno de las organizaciones profesorales o los movimientos sindicales de maestros incluso, que son el estamento permanente de las instituciones educativas y quienes afrontan año tras año las políticas educativas lesivas del Estado en relación a la educación pública. Hace 50 años la proporción de universidades públicas superaba en mucho a las privadas. Hoy esa proporción esta totalmente invertida con mayoría de universidades privadas y funciona para el desangre de la educación pública superior con programas como “Ser pilo paga”, maquillado recién con el nombre de “Generación E”.  

Es preciso reconocer el valor de la estudiante Jennifer Pedraza frente a la rudeza bruta de un Macías, un presidente del senado con baja escolaridad y que sin embargo, es cabeza del ente legislativo en Colombia. Ambos representan poderes desiguales, injustos, pero ese es el escenario estratégico donde se puede dar la lucha.

¿Dónde y desde cuándo el interés de la élite mezquina que gobierna este país está a favor de la formación de los estratos socioeconómicos bajos? ¿Cuándo se les ha visto favorecer la educación pública? ¿La protesta indefinida, radicalizada, puede dar frutos en nuestro país como los ha dado en Chile, donde se han obtenido logros significativos como la gratuidad en educación con calidad en todos los niveles?

Desafortunadamente, no son los mismos países, ni la misma clase dirigente ni la misma cultura en las organizaciones de base para presionar y negociar con el gobierno sus justas reclamaciones. El escenario oportuno de una negociación con las Farc y los acuerdos de paz en el gobierno anterior por dos periodos del presidente Santos que luchó denodadamente por ingresar a la OCDE, pudieron hacer más viable las peticiones que se hacen ahora, frente a un gobierno de extrema derecha, elegido por 10.400.000 colombianos, reactivos al odio y miedo de las Farc.

¿Les preocupa las afectaciones de la calidad, la pérdida de un semestre para los estudiantes de las universidades públicas -algo que empalma con sus intenciones en detrimento de la educación superior de los más pobres-?.

La promesa que hizo el gobierno con los rectores de las universidades públicas de un aumento de mas 3 puntos y el IPC en el 2019, y de más 4 puntos y el IPC durante los siguientes tres años no se le puede restar el mérito. Ni siquiera el gobierno de Santos, que desfinanció la educación pública superior del país y mandó al cuarto de los chécheres a Colciencias, firmó una promesa de esas. Que se negó el acceso a los lideres estudiantiles y no se tuvieron en cuenta sus todas peticiones es cierto, pero el acuerdo representa por primera vez un destrabe de una desfinanciación que estaba atascada hace varios gobiernos.  

El cierre de universidades, la toma de las instalaciones públicas por parte de estudiantes negando el ingreso a profesores, administrativos y directivos de las universidades es otro sinsentido. Quiebra la solidaridad y el apoyo necesario de docentes y administrativos al movimiento estudiantil y es factor activador de la deserción estudiantil. Varios de ellos, estudiantes, que se desentienden de las luchas de los mismos estudiantes.

La propuestas de asambleas escalonadas, la urgente necesidad de salvar el semestre y atender otros asuntos apremiantes de las universidades en materia de investigación, proyección y el cumplimiento de obligaciones con terceros lesiona aún mas las mismas instituciones de educación superior, victimizadas por los mismos que pregonan su defensa.

Derrida suponía que es precisamente en las universidades donde no deben existir temas vedados. Y vale la pena suponer y pensar sobre las limitaciones de las movilizaciones estudiantiles ante el gobierno. El tema de la  desfinanciación de la educación superior pública en Colombia fue ampliamente ventilado, el congreso se comprometió a revisar la Ley 30 de educación superior y el estudiantado logró el reconocimiento y respeto del pueblo colombiano.

Son logros que no pueden perderse en post de una radicalización que nos embargaría a todos de amargura y frustración, mientras la misma clase dirigente que nos ha puesto en esta situación, estarían gratificados y satisfechos con un conflicto desgastante para ellos pero alineados con sus objetivos de negar educación pública de calidad para los sectores populares del país. No podemos y ni debemos quedar atrapados como ratas en un laberinto donde el recrudecimiento de una lucha nos lleve uno a otros a estrellarnos con paredes  con hocicos ensangrentados.

Es mi opinión. Y puedo estar equivocado. Pero también la de quienes se empecinan y radicalizan, más allá de una justa lectura del entorno donde se da el enfrentamiento.

He padecido por unos 27 años paros en universidades. A razón de 2 o 3 paros por año.  Y padecí un cierre indefinido hasta por un año. Como también he visto la afectación a la calidad de la educación superior, estudiantes que se van desmoralizados, la pérdida de fe en la educación pública de las familias. No he visto en cambio ningún gobierno colombiano avergonzado ante la comunidad internacional por tal hecho. Es otra forma de cumplir los objetivos de una agenda oculta que funciona.

Los logros de los movimientos estudiantiles no son imposibles pero tiene limitaciones. La existencia de grupos de estudio languidecen a veces por falta de presencia estudiantil. En un futuro, si sus proyecciones profesionales y académicas se cumplen, es de esperarse que nutran con masa crítica los movimientos de base, en lugar de asumir roles de la política tradicional. Que ejemplos hay varios. Muchas de las peticiones de los estudiantes pueden ser logradas; pero hay que escoger una estrategia inteligente donde sea necesario a veces, ceder y otras, radicalizar las posiciones.






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