Por:
Otto Gerardo Salazar Pérez
Grupo
de Estudio Da Vinci
Grupo de Investigación sobre Educación,
Sociedad y Región, Da Vinci
Universidad de los Llanos
Facultad de Ciencias Humanas y de Educación
Las reflexiones que
quiero hacer se relacionan con un taller de narrativa que dirijo en la
Universidad de los Llanos desde hace un año. El propósito básico del taller era
“promover la apreciación y la producción
narrativa en la Universidad de los Llanos y su ámbito de influencia”. La primera semana contamos con una afluencia
numerosa de participantes: 39 talleristas tomaron puesto. Hicimos explícitos
los objetivos del taller, presentamos de manera resumida los contenidos y nos
pusimos a trabajar.
Planteamos que, de
manera alterna y mientras se fuera desarrollando el taller en el primer período
de 2015, leeríamos la obra de cuatro de los autores contemporáneos más
mediáticos. Aquellos que han alcanzado reconocimiento de la crítica y han
logrado cierta fama entre los lectores colombianos no especializados: Fernando
Vallejo, Héctor Abad Faciolince, William Ospina y Jorge Franco. Todos ellos,
con numerosas y prestantes obras; “El Desbarrancadero”, “El Recuerdo que
seremos”, “Ursúa” y “Rosario Tijeras”, para citar un ejemplo.
Igual, trabajamos
aspectos técnicos de la narrativa como la definición y construcción del
narrador como ente ficticio, las curvas de interés en el relato, la diferencia
y especificidad de los géneros literarios, etc.
Sin embargo el
desarrollo del taller puso una primera prueba para los narradores en potencia.
La disciplina y el trabajo arduo. La opción de la escritura no funciona como
pasatiempo, sino como entrega y modo de vida. Así, con los días se fue
menguando la asistencia. La demanda de lectura de la obra de los autores
escogidos, los requisitos para plantear y desarrollar una historia inédita que
contar en términos literarios, frustró a varios participantes iniciales.
Se fueron quedando, y
eso pronto fue evidente, personas que ya tenían un ejercicio previo de
escritura. Lugo Emilio Sánchez, Jorge Aristizabal, Dago Alberto Piñeros,
Alejandra Morales, Héctor León Cortés. Con ellos superamos felizmente el primer
período.
En el segundo, nuevos
escritores se acercaron. Todos con las mismas motivaciones de los anteriores.
Desarrollar una obra en mente, ir labrando una carrera como escritor o
escritora. Para esta nueva fecha nos plateamos nuevos autores: Raúl Gómez
Jattin, Efrain Medina Reyes y Rafael Chaparro Madiedo. Escritores bastante
contemporáneos, no siempre fáciles de recepcionar y entender.
Lo cual implica de por
sí una nueva prueba. Conocer las obras de los autores contemporáneos, aquellos
que marcan tendencias. Es difícil estar de acuerdo con ellos pero es imposible
ignorarlos si queremos abrirnos campo en el medio. Normalmente, nuestro estilo,
nuestros temas están marcados e impregnados de las sucesivas y múltiples
lecturas de las que estamos cargados. Nos otorgan conocimiento pero igual,
pueden ser un lastre si no nos abrimos a nuevas propuestas.
Es un principio de la
renovación de las literaturas. El juzgamiento y burla de los predecesores. Toda
nueva y buena obra literaria revalúa las anteriores, surgen de manera
contestataria y como alternativa a las consagradas y establecidas en el corpus
de obras convencionales y aceptadas. De otra forma, no evolucionaria la
literatura ni tendríamos variedad y nuevas propuestas.
No obstante, con el
tiempo, y viendo los tiempos y el clima cultural que impera, me asalta la
inquietud de la demanda –al menos localmente- del saber literario y del consumo
de literatura en la región. Casi nulo, si vamos a hablar de ello. Los libros
circulan con agonía y lentitud. Se lee en términos académicos pero poco en
sentido literario. Es decir de busca y se prodiga una lectura útil, con fines
de conocimiento. Si no hay mercado, si no hay demanda, tarde o temprano se
marchitará la oferta. O por decirlo de otra forma, quienes ofertan un servicio
o un producto, deberán trasladarse a otras plazas donde haya demanda. Nadie
escribe en vacío y para no ser leído. El libro también es un mercado y cuesta
producirlo como producto. Y si no se vende, si no circulan las ideas en ellos
planteadas pues, pierde sentido de alguna forma.
Finalizando el taller,
en octubre, hicimos una actividad a
descubierto, en plena ciudad. Nos tomamos como Taller de Escritores del Parque
Infantil y exhibimos libros de segunda totalmente gratuitos para quienes se
acercaban. Uno que otro joven se acercaba, ojeaba y preguntaba si se podía
llevar alguno. Se alejaban con la sensación de suerte, de haber hallado algo de
valor a disposición y de manera gratuita. Más o menos así es, de eso se trata
la literatura. No hay afán y este pueblo en proceso de ser ciudad, deberá
contar muchos años más para que la lectura de literatura se instale como hábito
y tradición en su población.
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