lunes, 21 de julio de 2025

 

Grupo de Estudio Da Vinci

¿Quién piensa la “Universidad”?

 

Por: Otto Gerardo Salazar Pérez

        Docente Facultad Ciencias Humanas y de la Educación.

       Grupo de Estudio Da Vinci          


 

Según los filósofos la Universidad “es el espacio donde las diversas facultades o estudios generales entran en diálogo para llegar a una comprensión más profunda de lo que es el ser humano, de su sentido en este mundo, de su función en la sociedad y de su fin trascendente”.

Las Universidades surgieron al final del medioevo como comunidades internacionales de hombres de saber que huían al orden feudal y se juntaron en las nacientes urbes europeas a ejercer un rol de ciudadanos y a practicar el conocimiento en modo colectivo, mediante el examen y la discusión. Varías de ellas también nacieron en ámbitos religiosos, como las escuelas catedralicias y episcopales.

Es decir que Universidad, la urbe -hoy ciudad- y el concepto de ciudadanía, contrario a hombres esclavos y en condición de servidumbre, florecieron de un modo concurrente y a un mismo tiempo hacia finales del medioevo junto con las Universidades.

Lo característico de las Universidades, en función de su misión de conocimiento, es que los sujetos de su discurso  son entidades externas, objetos conceptuales o realidades físicas circundantes y no ella misma. Llámese campo de conocimiento, disciplina, objetos de conocimiento, etc., jugados en Facultades y Escuelas. Así, el discurso sobre el que discurre la Universidad a través de sus escuelas y Facultades pueden ser la Pedagogía, la Economía, la Medicina, el Derecho, la Ingenierías y en general todas las ramas del saber. Es su función.

Pero pocas veces, la Universidad piensa en sí misma. No me refiero a los Planes Estratégicos, a las definiciones de su misión, visión y planes de desarrollo y de acción. Varios de estos documentos están jugados en temporalidades y son de un orden rutinario técnico administrativo. Muy pocos estudiantes y docentes, retienen y digieren, por ejemplo, la misión y visión de su escuela, a no ser de tarea en diligencias de acreditación. Aun así, no han provocado una hermeneútica y desciframiento de su sentido. Se asumen más como parte conexa del letrero.

Tampoco a las directrices y planes del gobierno nacional que a través del Ministerio de Educación, amén de la cacareada autonomía universitaria, regula y modula las instituciones de educación superior en términos de calidad y cobertura. Las universidades terminan así siendo un reflejo de la acción de gobierno con fines educativos de manera primordial para surtir y mantener saludable el mercado laboral y los oficios que demanda la sociedad, de manera preponderante ahora, en función del mercado y el consumo. Empiezan a imperar así conceptos como: oferta y demanda académica, punto de equilibrio y otros de una racionalidad de producción, mercadeo y consumo de la educación.

Los ejes misionales de “formar ciudadanos”, con “pensamiento crítico” y con “aprecio por el patrimonio histórico y las expresiones culturales”, quedan relegadas a un segundo plano o sin prioridad. La consolidación de la masa crítica y la excelencia académica no se corresponde con resonancia y reconocimiento de investigaciones que rumian la cotidianidad de un conocimiento de nimiedad y detalle. Que tampoco tienen salida en revistas que prácticamente desaparecieron de la Universidad. En el currículo se derrumban las columnas del humanismo y crece con ansia el afán por promover programas nuevos que satisfagan la demanda de mercado para salirle adelante a los competidores de otros universidades de carácter privado enfocadas en otros valores.

Los claustros académicos y los colegiados; desde el Académico, Consejos de Facultad, Escuelas y de Programa, además del oficio rutinario de gestión, no alumbran el camino mediante la publicación de documentos para precisar alcances y realidades de conceptos como la autonomía universitaria, sentido y fin de la educación superior, calidad de la educación, competencias y los frustrados “resultados de aprendizaje”.

Hace unos años, circularon una miríada de pequeñas publicaciones de grupos entusiastas de profesores de diferentes Facultades y Escuelas que se dieron a la tarea de reflexionar, pensar de manera crítica e intentar estimular una masa crítica en la Universidad que sucumbió a la “formatitis” y desaparecieron del todo. Su objeto de conocimiento y discurso, eran precisamente la Universidad.

Por precariedad, el debate a derivado a la formalización docente y a la consolidación de una planta docente como requisito básico de establecer una comunidad académica que es débil por el vinculo precario de la “ocasionalidad” sistemática y perenne y “la catedra” recurrente como forma de completar el equipo de docentes.