Por: Otto Gerardo Salazar Pérez Grupo de Estudio Da Vinci. Docente del Curso Procesos Comunicativos. Escuela de Humanidades. Facultad Ciencias Humanas y Educación. Unillanos.
Los lenguajes naturales
tienen un origen oscuro en la mente del ser humano. Son inexplicables los
procesos de su génesis. De pronto la nueva lengua aparece por ahí, circulando
en boca de sus hablantes con reglas definidas y valores semánticos atribuidos y
negociados en dimensión social que, además, tramita la consciencia individual para
expresar, comunicar y conocer la realidad de manera directa o abstracta.
Es decir que, hablando de
las lenguas o lenguajes naturales primero aparece el código, y después,
mediante su descripción y estudio, se deducen las reglas, se hace evidente la
gramática de esa lengua.
No es poca cosa la que
está en juego en ellas. Casi lo medular de lo que es ser humano. El proyecto de
investigación más ambicioso para develar este misterio lo llevó a cabo Noam
Chomsky, el lingüista estadunidense. Su gramática generativa transformacional
intentó develar el sustrato universal de todas las lenguas. No lo logró del
todo
Con los lenguajes
artificiales, como los lenguajes de programación para interactuar con máquinas,
sucede todo lo contrario: de manera cuidadosa se elabora el código y se
establecen las reglas y después se usan. Es decir, se concibe una gramática y,
a partir de ellas, se crea un lenguaje de programación que sirve para comunicar
e interactuar con las máquinas.
Estos nuevos lenguajes fueron
un dilema para el primer hombre que pensó que los seres humanos podíamos
interactuar con una máquina a través de un lenguaje, Alan Turin, el famoso
descifrador de código Enigma de la segunda guerra mundial, planteado en su
famoso artículo: “Maquinaria computacional e Inteligencia”, (1950). El artículo
rompe fuego con la siguiente pregunta: “¿Pueden pensar las máquinas?”
Si como dijimos arriba,
una función fundamental de los lenguajes naturales humanos arraigados en el
inconsciente es el de generar ciertas condiciones de consciencia en el
individuo que le permita conocer, y sus derivados, pensar y especular, ¿bajo
qué condiciones, máquinas con extraordinarias capacidades de almacenamiento de información -memoria-,
programadas desde la explicitación de reglas conscientes dictadas por un
programador, pueden pensar y especular sin un fondo oscuro de la inconsciencia
propio de los seres humanos? ¿Cómo se suplirían aspectos de orden emocional,
afectivo, inconsciente propios del ser humano y que hacen parte de nuestro ser
en el lenguaje? ¿Qué moralidad en el lenguaje precede a la acción de una
máquina inteligente? ¿Qué ética orientará los pasos a partir de la consciencia
de la entidad generadora del lenguaje y sus interlocutores? El tipo de
consciencia de una máquina de pensar en términos de su propia existencia, ¿cómo
se resolverá? ¿En el ateísmo o en el teísmo?
Según el texto que por amabilidad
del profesor Dumar Jaramillo recibimos desde el mes de mayo, la “Guía de
inicio rápido sobre ChatGPT e Inteligencia Artificial en la educación superior”
UNESCO (2023), la IA viene a ser básicamente “un modelo de lenguaje que permite
a las personas interactuar con una computadora”.
La IA no es nueva pues
desde hace años está instalada en nuestra cotidianidad, por ejemplo, en la interacción
con cajeros automáticos, menús telefónicos y predictores de texto básico en
nuestros teléfonos celulares, que no pocas veces predice disparates.
La clave está en su
condición “generativa por su capacidad para producir resultados originales”. Y
la irrupción inevitable que hará en el campo de la educación, para bien o para
mal.
Se sabe que la IA puede
cumplir roles de facilitación y apoyo en la formación como: guía
complementaria, tutor personal, co-diseñador y evaluador. La IA, según UNESCO, “podría
mejorar el proceso y la experiencia de aprendizaje de los estudiantes”. También
se destaca el papel que podría jugar en la investigación para generar ideas, mejorar la redacción, recogida y análisis de datos y diseño.
“Podría” es una promesa
ambigua, claro está. Una utopía, que sabemos, tiende a no realizarse. En cambio,
las distopias transitan por avenidas y están ya en el horizonte.
Antony Brey en “La
sociedad de la ignorancia” (2011), advertía que “las mismas tecnologías que hoy
articulan nuestro mundo y permiten acumular saber, nos están convirtiendo en
individuos cada vez más ignorantes” y superficiales. Sumum de artificialidad de una sociedad
fresa coronada por la Barby película y sus dramas de celulitis. La tecnología computacional
por sí sola no nos ha convertido en sociedades con más conocimiento y contrario
a ello, señala retrocesos en fundamentalismos religiosos, teorías conspirativas,
el desastre ambiental y espíritu anti ilustración en amplios sectores de la
población arrojados a los brazos del consumismo y el hedonismo.
Finalmente, el talón de Aquiles, según analistas en todo el mundo de la IA usada en la educación superior, está relacionado con la integridad académica y la imposibilidad para IA de sustituir la creatividad humana y el pensamiento crítico. Lo cual es un indicador de una tarea por hacer desde el dominio de los discursos socio humanísticos, del lenguaje y éticos de las unidades académicas correspondientes en las instituciones de educación superior de la región y el país.