La
cultura es algo difícil de ver, y más aún, de pensar y reflexionar. Parece
obvia en principio: es incluso algo “ordinario”, al decir de Raymond Williams.
Está en la parada del autobús, en la estación del tren, en una cartelera de
cine, en los dibujos animados, en el paisaje, e incluso, en los “no lugares” de
Marc Augé, citado por García Canclini en Consumidores
y Ciudadanos. Está por todos lados y a fuerza de su presencia la perdemos de
vista. Tal vez un extranjero la note al llegar, le parezca pintoresca y decida
hacerse una “selfie” que refuerce su autoconfiguración en su perfil personal de
una red social. O lo que llaman en el discurso de los estudios culturales, “la
construcción de identidades” a partir del uso y apropiación de las nuevas
tecnologías comunicacionales.
Si
no es la mirada de un “alguien” de afuera a lo mejor requiramos de la mirada de
un experto para hacernos una idea de lo que es “cultura”. Muchas veces vi el
cuadro “Las Meninas” de Velásquez y no me decían mayor cosa, como el término
“cultura”; a no ser el ambiente retratado de una corte en Europa. En términos
de Ortega, vengo a ser un hombre irritado de la masa por no comprender el arte
de las elites. Veía sin mirar. Ver es un derrame del sentido de la vista, la
mirada en cambio necesita un guía. Foucualt, con palabras hace ver en la introducción
magistral de “Las palabras y las cosas” lo que potencialmente puede mirarse en el cuadro. Cosas que para los
demás y para uno pasan desapercibidas.
Pero
para el caso, bien podría el neófito afirmar con cierto alarde que la cultura
es “todo”. Y punto. O aquel que tiene aspiraciones podría insinuarse suspicaz
haciendo la sesuda pregunta de, ¿qué es cultura? Una vez un pequeño galerista
de pueblo me fusiló con la pregunta de ¿qué es arte?, y me dejo mudo. No quería
la respuesta, estoy seguro, sino mi ignorancia. Así que se la ofrendé. Vale
igual por ahora con lo que es o viene a ser cultura.
Pero
para aprovecharnos de Foucualt y de su introducción, vale algunos elementos de
su introducción en las primeras líneas de capítulo I de Las Meninas. La
necesidad de cierto alejamiento para poder mirar lo que es la cultura. Es lo
que hace el pintor cuando analizando su cuadro se dispone a pintarlo o lo
termina. Hay que alejarse un poco, “mirar los toros desde la barrera”, como
decían los viejos, expresión formularía de su saber oral tradicional. Y vale
aquí de nuevo la metáfora del extranjero, la mirada del extraño para percibir
de manera nueva, como la mirada exploratoria de un menor, cargada de sorpresa y
novedad, no por la cosas en sí, sino por su mirada de descubrimiento.
Es
la visión desde afuera la que hace ver de golpe y sin dificultad lo que es
cultura, lo que es característico a una comunidad en su vestir, en su hablar,
en su comer, en su habitar y relacionarse con los otros. Para los que están
inmersos en ella no es ni más ni menos que su cotidianidad.
Refiere
Llinás en su libro: El cerebro y el mito
del yo que en sus viajes disfrutaba la riqueza de las diferencias
culturales, de creencias y de perspectivas. “Hoy día no es así; por ejemplo,
los niños de Asia, Europa o África desean los mismos productos de consumo (…)
Esta tendencia hacia la igualdad se observa por doquier, en la medida en que
todo se copia, lo bueno y lo banal –y, en general, es más fácil copiar lo banal
que lo profundo”.
¿Qué
fue lo que paso? ¿Y es deseable un mundo homogenizado en los patrones
culturales, en los gustos y creencias? ¿O pueden ser una amenaza incluso a la
identidad que cada cultura ha generado en nosotros con minucioso detalle a
través de varias generaciones? Igual,
esa cultura global, tiene aristas poco deseables, como un cierto desprecio al
saber en pos de un entronizamiento de lo banal.
Sabemos
que los medios de comunicación y la publicidad que los sustenta, tiene mucho
que ver en ello, pero para Llinás, el advenimiento de la Red y un potencial perfeccionamiento
de ésta en el futuro redobla el peligro: “A medida que la Red se haga más
eficiente, estas maquinaciones influirán profundamente la autopercepción y se
redefinirá el concepto mismo de “sí mismo”. Esto en menoscabo de la capacidad
de discernir, de la identidad individual y del dominio de nuestras ideas”.
La
discusión está servida en los dos titanes de la Cultura y la Comunicación
latinoamericana y en sus textos canónicos: Jesús Martín Barbero y García
Canclini. Dejando de lado discretamente el legado de los estudios culturales de
Birmingham (algunos reconocen abiertamente su inadecuación, su previo ejercicio
antes de su denominación y la necesidad de destrabar la subordinacion de pensar
o escribir sobre los “Cultural Studies” en América Latina, según Daniel Mato);
uno afirma -Martín Barbero- la agregación y nueva unidad en lo que antes
llamábamos pueblo y ahora nombramos sociedad civil. Mientras el otro -García
Canclini- anuncia su desintegración.
“Martín
Barbero, se aleja del indigenismo y el populismo, y considera que las
esperanzas nuevas se afincan más bien en los sectores populares urbanos. En las
solidaridades duraderas y personalizadas
de la cultura barrial y de los grupos artísticos, en los graffitis y en la
música juvenil, en los movimientos de mujeres y de pobladores pobres”, apunta
García Canclini en la introducción a “De los medios a las mediaciones”.
Para
García Canclini la cultura ni siquiera está en estos grupos de esperanza. “La
cultura es un proceso de ensamblado multinacional” (García C, pág. 16) y la
expresión local de los sectores populares urbanos bajo la conformación de
diversos agrupamientos pierden la visión global de sus propias urbes. “Las
ciudades latinoamericanas son cada vez más sedes de catástrofes” (…) “Todo exige
tomar con prevenciones el elogio a la diseminación y la multipolaridad como
bases en una vida más libre, formulado por teorías urbanísticas posmodernas y
movimientos autogestionarios de las últimas décadas”. (García C, pág. 77).
Martín
Barbero, aunque hace un reconocimiento al pueblo, convertido en masa,
transfigurado en sociedad civil; examina las teorías de estudiosos del tema de
la cultura y revisa las posiciones del marxismo, la sociología norteamericana y
el existencialismo europeo: Ortega y Gasset, Oswald Spengler, Le Bon, Daniel
Bell, Freud, y básicamente concluye que son los medios o las mediaciones los
que realizan la funciones de socialización y confirman el descentramiento de la
escuela y la familia. El conocimiento fluye por los medios y no por las
instancias tradicionales de formación y es a partir de ellos que se construyen
las identidades y se negocian los sentidos. Y remata: “melodrama y televisión
le permiten a un pueblo convertido en masa reconocerse como actor de su
historia, proporcionando lenguaje a “las formas populares de la esperanza”. Ese
es el reto que entraña nuestra propuesta”.
Es
decir, comprender lo popular, el pueblo, que de manera alternativa construye su
cultura a través de los medios que recepciona y apropia.
Sin
embargo, en términos de lo político, de manejo privilegiado con que acaparan
las clases dominantes o elites los mejores bienes culturales de manera que
logran transferir y heredar un capital cultural significativo a las
generaciones que los suceden, es necesario hacer algunas puntualizaciones y
señalar cierta precariedad en esta opción.
No
se puede renunciar a los bienes culturales que ofrecen oportunidad de
sobrevivencia y bienestar por una negación y saboteo sistemático, forzando
soluciones con base en la precariedad técnica –la telenovela, el regguetón y el
graffiti que marca el desalojo de las clases populares de los espacios
consagrados al arte- por la implosión de proyectos regionales o nacionales. “La
disolución de las monoidentidades” que llama García Canclini.
Primero,
que la solución de lo cultural para los sectores populares, marginadas de la
educación o con educación de baja calidad, que facilita el acceso y goce de los
bienes culturales, lo es pero en términos de precariedad, con lo cual se pone en
evidencia que cierta marginalidad de la cultura que esta jugada en la escuela. Bordieu,
en relación a la formación en arte sostiene que en la escuela “hay una
acumulación colectiva de recursos colectivamente poseídos, y una de las
funciones de la institución escolar en todos los campos y en el campo del arte
en particular es dar acceso (desigualmente) a esos recursos”. (Bordieu, P; Pág.
38. 2011).
Los
sectores populares latinoamericanos lanzados a las urbes por procesos violentos
y sistemáticos de desterritorialización no logran acceder a los bienes de
calidad de la cultura. Ni siquiera logran acceder a la ciudad, así la habiten.
(…) los sectores populares, o sea quienes no tienen auto, ni teléfono, tienden
a restringir el horizonte de la ciudad al propio barrio: allí se elaboran la
redes de interacción que despliegan modalidades distintas dentro de una misma
urbe y solo se abren –limitadamente- a las grandes venas de la ciudad cuando
los pobladores deben atravesarla para viajar al trabajo, realizar un trámite o
buscar un servicio excepcional.” (García C, pág. 82).
En
una investigación llevada a cabo en 1990 sobre el II Festival de la ciudad de
México, García Canclini logra una buena radiografía del acceso de los sectores
populares a los bienes culturales que oferta un evento semejante: Solo cuatro
grupos cubrieron casi las tres cuarta partes del público: estudiantes (20.91%),
empleados (19.90), profesionales (17.78%) y trabajadores del arte (14.18&).
Los obreros estuvieron representados con 2.14%, los artesanos con 1.37%
mientras que los jubilados y desempleados no alcanzaron el 1%. Observa García
C: “El festival de la ciudad reproduce las segmentaciones de la población
engendradas por la desigualdad en los ingresos, la educación y la distribución
residencial de los habitantes”.