Docente Escuela de Humanidades,
Facultad de Ciencias Humanas y Educación
Coordinador del Grupo de Estudio Da
Vinci
(Las opiniones aquí expresadas no comprometen a la
Escuela de Humanidades, ni a la Facultad de Ciencias Humanas y Educación, ni al
Grupo de Estudio Da Vinci. Son opiniones
responsabilidad exclusiva de quien firma el artículo).
En el mes de octubre, en las azarosas
jornadas del paro estudiantil del año anterior, en medio de una marcha
desesperanzada, hablábamos con el profesor Álvaro Ocampo y la profesora Constanza
Yunda de la necesidad de que la Universidad de los Llanos fuera repensada y
reflexionada. De lo urgente que es que alguno o varios sectores del alma mater,
más allá de la dinámicas diarias instaladas en el trasegar de la Universidad,
rumiara sus categorías esenciales que la definen como tal y sus problemas más
urgentes.
Las circunstancias de un paro doloroso
siempre convocan a la reflexión por fractura y signos de crisis, cuando debería
ser una ejercicio anticipatorio, estratégico y guiador de las dinámicas
internas y externas de la Universidad. No ha sido así. Las universidades del
país, especialmente la nuestra, dormitan en el tramite rutinario, en la obligatoriedad
de llenar formatos y cumplir rituales vacíos que indican el “adecuado”
desempeño. En promedio cada tres o cuatro semestres nos sacude un paro de causa
interna o externa por eclosión de problemas que quizás pudieron ser evitados
con gestiones de previsión, anticipación y acción temprana que garantizara la
necesaria normalidad y fluidez de la vida y el quehacer académico.
En medio de todo lo anterior, la
Universidad de los Llanos no logra consolidar una masa crítica, ni estudiantil
ni docente; el modelo investigativo que debería predominar, propuesto por el
Plan de Desarrollo Institucional, derivó casi exclusivamente hacia la afanosa
búsqueda de la acreditación institucional pero dejó en vacío lo investigativo y
la consolidación de masa crítica. Los procesos investigativos son rutinarios,
burocráticos y delegados en mandos medios que no estimulan la investigación
sino que generan compartimentación y un sistema de compuertas para proyectos de
bajo impacto para la región y el país, en parte, siguiendo la directrices no
cuestionadas ni discutidas de Colciencias.
Pululan los grupos de investigación disciplinar
de dos o tres docentes con escasa financiación que jamás pueden emprender y
desarrollar proyectos de alto impacto. La Dirección de investigaciones no ha
motivado la conformación de unos tres o cuatro grupos interdisciplinarios
numerosos y representativos que incluso se defiendan y asuman con suficiencia
la puntillosa dinámica de reconocimiento y categorización de Colciencias, con
respaldo económico suficiente y amplio, que gire de manera oportuna los
recursos para proyectos que agonizan y vienen a recibir los insumos a puerta de
ser finiquitados. No obstante, su respaldo y blasón de gestión año por año, es
haber logrado mayor cantidad de recursos que al año anterior.
Muchos doctorandos o doctores,
financiados con recursos de la Universidad, regresan sin su titulación oportuna
ni significan un cambio o un aporte investigativo para sus respectivas facultades.
Gestión más orientada a elevar ingresos y no con miras a una genuina
consolidación de sus propios perfiles académicos. Por supuesto, luego de dos o
tres años de comisión, se integran a la Universidad con nulo aporte
intelectual.
Igual, muchos años después, seguimos
con una única revista categorizada en Publindex, dedicada a las ciencias agropecuarias
y ambientales. Las promesas hechas en pasadas administraciones de apoyar en las
mismas condiciones de “Orinoquia” a una revista para las “ciencias humanas y
sociales” en Unillanos han naufragado en esfuerzos singulares, sin apoyo
logístico y económico. Incluso han padecido el saboteo de agentes internos
afanosos de gestionar proyectos editoriales cuasi personales sin cobertura ni
dimensión para un campo amplio pero definido como las humanidades.
Las humanidades no despegan. Con cuatro
licenciaturas, programas básicos de educación, la Escuela de Pedagogía no ha podido
jamás, ni lo ha intentado, ser la conciencia pedagógica de la región y se
limita a agenciar las cargas académicas para cada periodo académico. En
perspectiva, debería ser la “Escuela” por excelencia. La unidad académica para pensar la Universidad de los Llanos como entidad educativa superior, es decir, la misma esencia de la Universidad con delegación
propia y de por sí en un Consejo Académico que perfilara la dimensión esencial
de la Universidad como institución formadora. Es posible que siga subsistiendo
como entidad amanuense de las sucesivas decanaturas y no más. No hay un perfil
alto, con autoridad, dominador amplio del discurso educativo y pedagógico que
la presida, con amplio reconocimiento investigativo nacional.
Como lo publiqué hace unos años -2012-,
hace 7 años con motivo de la visita de Armando Zambrano Leal: la Universidad de
los Llanos padece un déficit de discurso pedagógico. Y cada vez es peor. Lo
cual da para la colonización e implementación de otros discursos y dinámicas:
político-clientelares, prescripciones administrativas,
ideologías sin crítica y reflexión, heteronomía y mutismo desde lo interior de
la U.
De otro lado, la lentitud y el
retraimiento para hacer convocatorias de docentes de planta, ha saldado un acumulado
histórico de docentes “ocasionales” sin
reconocimiento de su dignidad docente, probada año tras año por
evaluación y bajo el nuevo enganche de contratación a once meses. Reiteradamente
es comparada a peores y más indignas
condiciones de “otros docentes que reciben contrataciones de cuatro meses en
dos periodos cada año”. Es decir, salimos a deber, aunque esto impacte
negativamente en la Universidad y de manera obtusa, transfieran a ellos la responsabilidad
para no poder asumir proyectos de investigación de manera autónoma ni ocupar cargos de docencia administrativos. Es decir, la culpa de las sucesivas
administraciones, la falta de efectividad para hacer un relevo generacional
planeado y bien sustentado para, a través convocatorias y en régimen de meritocracia renovar y enriquecer su planta
docente, es cargada a destajo a los docentes ocasionales.
Hace seis meses recibí ese diálogo con
los profesores Ocampo y Yunda como un invitación que me prometieron acompañar a crear y generar
un espacio de reflexión sobre la Universidad que vislumbre un futuro promisorio
para nuestra universidad y vuelva efectiva la declaración de:
“… propender ser la
mejor opción de Educación Superior de su área de influencia, dentro de un
espíritu de pensamiento reflexivo, acción autónoma, creatividad e innovación.
Al ser consciente de su relación con la región y la Nación es el punto de
referencia en el dominio del campo del conocimiento y de las competencias
profesionales en busca de la excelencia académica.”
Invitación que hago
extensiva a otros docentes que quieran respaldar esta propuesta, o rechazar o
controvertir. Para empezar, de eso se trata. Allanar las vías para desarrollar masa
crítica y comenzar a transitar a tientas la tradición académica. Que por
supuesto no puede ser conforme, ni unificada, ni dogmática, ni clientelar, sino
estimuladora de la diversidad ideológica, la variabilidad, la riqueza de
matices, los puntos de vista inesperados que nutran a una comunidad de
pensamiento y reflexión. Es lo que garantiza vida. En todos los sentidos. En
este caso, institucional.
Es lo que debemos
antes que nuevos paros, perdidas de registros de programas, traumatismos en
Facultades, bajos indicadores en publicaciones, investigación y proyección nos
pongan en las escalas rumiadas de la mediocridad, contrario a la “excelencia
académica” que pregona nuestra visión. Que el próximo paro no nos coja solo con
una valla en las manos, sino con aportes hechos desde nuestra reflexión para
salirle al paso con soluciones a los problemas. Dentro de los que se incluyen
con prioridad los de la propia Unillanos.