Por:
Otto Gerardo Salazar Pérez*
En un posgrado de una
prestigiosa universidad, en un seminario, el profesor a cargo se refería a la
literatura como “literatura gris”, al carecer de reconocimiento y arbitraje de
pares evaluadores para ser publicado en una revista indexada. Seguramente a la literatura que se refería es a aquella
de carácter estético que representan las obras artísticas y que difieren en su
discurso al canon de la literatura científica. La expresión me pareció muy
fuerte y arbitraria. Ponía en la balanza dos tipos de discursos que configuran
dos disciplinas para abordar el ser humano en dimensiones substancialmente
diferentes; así que la comparación no venía al caso. Ambas reconocidas y
apreciadas pero que constituyen dos sendas de abordaje sobre la dimensión
humana y de la realidad que transitan caminos diferentes.
La primera, la
literatura, de un abordaje superior y aún más antiguo, de la cual, son subsidiarios
en su origen los nuevos discursos especializados de la ciencia, la filosofía,
la ética. La literatura fue el primer
discurso concebido por el ser humano en sentido referencial para conocer el
mundo, la realidad, en los relatos de viajes y aventuras. Contenían a su vez
estos relatos una dimensión filosófica
al pensar sobre el ser y su misión en la vida, y no carecían de la dimensión
ética y axiología al plantear no pocos dilemas de orden moral al tratar temas
como la justicia, el buen obrar y la conducta
en relación a los demás. Sin ser su objeto preferencial, tenían un
carácter pedagógico al instruir y formar a las nuevas generaciones. Brindaban
un saber y formación que ahora llaman integral
y que pretende el mundo académico, más de modo retórico que real.
“Las Mil y una Noches” son un buen ejemplo. Los
cuentos que refiere Scheherezada, instruyen con el placer natural de escuchar
una buena historia, una dimensión humana muy profunda y arraigada que aún se
pone de manifiesto en la disposición de los niños de cualquier edad a oír una
buena narración.
El profesor
universitario a cargo del posgrado, nivel de formación que pretende la
formación en ciencia, ponía de presente una tradición muy arraigada en las
comunidades académicas: La subvaloración del discurso narrativo en la escuela.
* * *
Pensando en ello y a
raíz de los problemas de lectura y escritura que manifiestan los estudiantes de primeros semestres en la universidad, lo cual les impide una
inserción a este nivel educativo, derivadas de las deficiencias de formación en
esta área de los niveles de formación precedente, primaria y secundaria, me
propuse indagar que tanto leían literatura en general.
En primer lugar es
necesario aclarar que el nivel de lectura con el cual llegan los estudiantes al
nivel superior es bastante deficitario, pese a los estándares de lenguaje que
plantea el Ministerio de Educación en los Estándares
Básicos de Competencias para el área de Lenguaje que en teoría deben
alcanzarse para los niveles de educación básica y media. Su nivel de lectura
apenas alcanza el literal, que da
cuenta lo que dice el texto. Pero acceden con dificultad al nivel comprensivo del texto y por supuesto no
acceden a un nivel crítico que es el
deseable en formación de estudios superior.
Igual, hay que tener en
cuenta que, con el propósito de lograr la pretendida formación integral, los
estándares de esta área contienen cinco factores de organización: “Producción
textual, Comprensión e interpretación textual, Literatura, Medios de
comunicación y otros sistemas simbólicos, y Etica de la comunicación”.
Hice una prueba muy
pequeña. Una encuesta. A 50 estudiantes, chicos y chicas entre los 16 y 24 años
de edad, de primer semestre, les
presenté diez autores colombianos contemporáneos para que indicaran mediante
una X o cualquiera otra señal al
frente, a cuáles de ellos conocían, por prensa, televisión, etc. Los hice parte
de la muestra precisamente por ser los escritores colombianos más reconocidos
por los medios y por lo tanto, más expuestos al público en general.
Eran ellos: Héctor Abad
Faciolince, Juan Gabriel Vásquez, William Ospina, Evelio José Rosero, Laura
Restrepo, Mario Mendoza, Triunfo Arciniegas, Jorge Franco Ramos, Juan Carlos
Botero y Sergio Álvarez.
En el caso de que
indicaran alguno de estos escritores, una segunda pregunta indagaba sobre la
obra leída. Una repregunta para intentar constatar la consistencia de la
primera respuesta.
A la primera pregunta
destacaron tres escritores: William Ospina, Juan Carlos Botero y Mario Mendoza.
Algunos estudiantes marcaron otros autores del listado pero averiguando sobre
las obras no respondieron, no dieron razón de sus obras. A lo sumo reconocieron
a algunos de ellos en una revista o en la televisión, pero de sus obras, no
conocían nada. Cuatro estudiantes nombraron “Dónde está la franja amarilla”, de
William Ospina. Un estudiante indicó a “Multitud Errante”, de Laura Restrepo.
No fue muy consistente
la primera con la segunda respuesta. Hice una tercera pregunta. En términos de
la literatura colombiana, cuáles
obras habían leído de manera reciente. Y la respuesta fue previsible: el corpus
tradicional de obras que se lee en la escuela, de la antigüedad clásica, de
obras de superación, la garciamarquiana, la obras del maestro Soto Aparicio, de
narcotráfico, El Tunel, de Sábato; El Principito, de Saint-Exupéry. Pero más de
la mitad ni siquiera contestó.
Lo que genera reflexión
es que estas obras son las que se leen en la escuela desde hace cincuenta años.
Como lo señala Alvaro Pineda Botero, los maestros colombianos, al desconocer el
canon, no renuevan el corpus de obras que leen los niños y los jóvenes en la
escuela. O en el peor caso, como no leen y se orientan por criterio propio,
hacen leer a sus alumnos las obras que sugieren las editoriales a través de los
libros de texto, que es fragmentaria y superficial. Mejor dicho, en la escuela
no se lee en términos reales y efectivos obras completas. Los niños escasamente
leen textos, y con esta formación básica llegan a la universidad, donde la literatura es calificada de literatura gris, un discurso de segundo
orden, subvalorado.
Norma explícita y
ejemplarizante en el rechazo de la mayoría de universidades colombianas de
admitir como trabajos de grado obras de creación literaria y que a los docentes
se les aplica de manera correspondiente con el desconocimiento de obras
literarias para efectos de reconocimiento de puntajes de escalafón.
En cambio cientos de
artículos de baja o nula incidencia en
el campo científico, pero que cumplen
con los estándares del discurso científico, logran acreditación y
obtienen puntajes de remuneración, que a la larga y sin la trascendencia de
obras literarias que logran calar en el gran público, vienen a ser la verdadera
literatura gris que reposa en anaqueles y bases de
datos de revistas que muy escaso público consulta.
* * *
Es queja frecuente en la
escuela e incluso en los ámbitos académicos el reconocimiento a la falta de
valores que transmite la escuela. Es más, hasta se sostiene que los principios
y valores son discrecionalidad de la
familia de manera primordial –que los endosa a la televisión y las Tic-, y que
la escuela lo que debe es enseñar. Igual, se echa de menos la dimensión humana,
la poca sensibilidad artística de las nuevas generaciones; la falta de
escrúpulos, de moralidad, de solidaridad con el otro, de responsabilidad con su
medio y aprecio de su propia cultura de los nuevos profesionales.
Todo ello puede devenir
la ausencia de las fuentes que brindaba la literatura en la escuela. Hasta
mejor formados resultaban los hombres, mujeres y niños cuando la misma escuela
no existía pero habían los libros para escuchar una fábula, un mito, una
leyenda, un cuento, una novela que fuera capaz de descubrir el mundo y, a la
vez, descubrir el corazón de los hombres e ilustrar las constante luchas entre
el bien y el mal, en medio de escenarios propios que labra la cultura.
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